Servir no ha sido un acto de engañar, no de cualquiera. Entramos al letargo que asegura cada espina, mordaza que aferra el contacto siniestro de un círculo, cuasi-eterno. Miro el rostro, devaneos incontenibles, sembradíos esparcidos y amontonados, secos y amarillos, pausible. ¿Quién tuviera tantas manos, como choclo, para atender las múltiples paridades ofrecidas por la tierra? Heme aquí, bajo el templo, engañándome a servir: hostia levantada en alegato.
1 comentario:
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