No había Tierra ni tampoco esferas de atracción. / La voluntad del Inmortal expandía / o contraía todos sus elásticos sentidos. / No había muerte, sino vida eterna que fluía. / […] Y [Urizen] formó una corteza pedregosa e inmensa, / igual a una matriz toda a su alrededor, / en la que mil ríos, como venas de sangre / se derramaban por los montes, para enfriar / las llamas eternas, llamas alentadas desde afuera, / por los Eternos; y como un globo negro, divisado por los hijos de la eternidad, / posado a orillas del infinito océano, luchando / y latiendo, como un corazón humano, / el vasto mundo de Urizen surgió amenazante.
El libro de Urizen, William Blake.
I.- La Palabra
La Palabra es única e indivisible. En el centro del Oráculo, el espacio sagrado de la voz, La Palabra es infinita, polivalente y adquiere una fuerza sobrenatural. Dentro de las tradiciones cabalistas de los hebreos -afirma Jorge Luis Borges en una de las conferencias de la serie Arte Poética - decir la palabra «Luz» era totalmente suficiente para que la luz se hiciera.[1] Esta Palabra, que según las tradiciones fue dicha en el principio, constituye una extensión de un pasado que marca el sendero del presente y del futuro. La forma del principio es determinación.
El concepto de La Palabra ha cambiado en la medida de sus maneras del recuerdo. La Mnemosine, la memoria, como madre de las musas, alentaba, sí, daba el aliento al artista para que en el acto de la Revelación lograra plasmar el concepto de Ángelus/mensaje, aura de los dioses, en la obra que era creada. De ahí, la necesidad que tenía el artista, una vez terminada la obra, de hundirse/purificarse en las aguas del Leteo, el río del olvido. Un acto que infunde una circularidad en la creación artística y, además, en la representación de lo sagrado. Un ritual que no sólo plasma, en la obra, el infinito, sino que es una conjunción infinita, se desdobla asimismo: el artista muestra la historia infinita, desde el momento de la creación del universo; en el acto de crear el mundo, la obra se cifra en lenguaje simbólico, en la Revelación; para luego ser descifrado por los ojos del iniciado que repite, en acto litúrgico, el comienzo del universo; que recuerda el sentido de la madre y trae a La Memoria, la Mnemosine; quien muestra la Totalidad, llenando los ojos, por entero, en blanco; con la necesidad del hundimiento en el Leteo; y así, el acto que muere y renace, dentro del compás ritual del silencio, en todas las dimensiones de la Historia Verdadera.
La Palabra en voz alta siempre tendrá ese Aura muy distinta a la lectura en silencio. Los rituales de lectura sagrada -como la Misa, las Tenidas Francmasónicas, la consulta del Oráculo- proporcionan ese carácter trascendente, incluso de miedo, en La Palabra. Los judíos jamás decían el nombre de Dios, puesto que, a pesar de no tener las vocales precisas, invocarlo era traer, al sitio del ritual, la totalidad. Por ello, cuando en las sagradas escrituras aparecía el nombre de Dios, el lector se quedaba en silencio y únicamente se tocaba los labios con sus manos.
Ante ese poder que tiene La Palabra, Sócrates argumentaba su desprecio por la escritura fenicia. Decía que dicho tipo de escritura afectaba la memoria de los jóvenes por ser totalmente descriptivo en sus vocales. El poema, para Sócrates, era esa parte divina que se mostraba ante el otro tipo de escritura, la pintura simbólica. Tal vez sea esta la misma justificación por la que los judíos no escribieron la Torá con vocales, exclusivamente con consonantes. Si la imagen se presenta en el inicio para todos, el mensaje es tan sólo para los iniciados. “Para la persona que no conoce la escritura, las imágenes y signos mediante los que se expresan las ideas son algo sobrenatural, lleno de poder.”[2]
Se reconoce en la pintura un carácter divino, como escritura universal. En ese acto, al entregarse el mensaje, La Palabra llena de inmenso. La pintura se propone como un lenguaje de poder, en su función de escritura, entre otros sentidos. El trazo es único, es indivisible y, por lo tanto, es polivalente. Las líneas se llenan del Ángel de la Obra, del Aura, del diálogo divino, único en la fortuna de llenarse del mensaje y plasmarlo en la escritura sobrenatural. La Pintura habla del principio, reacciona ante el presente y configura el proyecto de durar, el futuro.
II.- Pasado, Futuro y Presente cotidiano en Antonio Pintor
En el catálogo Obra de Antonio Pintor prevalece el arraigo del artista universal desde su origen. Se evidencia a un artista que exploró diversas etapas, técnicas, formas y discursos. Desde el grabado, el mural, acuarela, la línea de Pintor es la formación y reactualización del linaje, el presente continuo -sobre todo con los gremios de mineros y herreros- y el proyecto que mira siempre hacia el futuro.
Las figuras representativas, como acto o perfil de héroe, resultan imprescindibles en la obra de Pintor. Sucede la concepción de palabras, ideas concebidas con una carga semántica que se adhieren a la posición de héroe y, por lo tanto, al modelo de conducta, estética y pensamiento.
Su pintura habla del origen, manifiesta una Historia o mitoepopeya que enseña a los hombres de dónde vienen, por qué su presente y hacia a dónde van. En su afán de enaltecer el sentido de la Patria y sobretodo de la Matria, la sucesión de lo cotidiano se reafirma en el sendero de un esplendor de la historia de la Revelación. Sólo que esa Historia no es ni oficial, ni institucional, sino una construcción mítica que, por las imágenes, queda en la memoria, es decir, está presente, in illo tempore, en un tiempo que se teje, se teje, se teje.
El acto de creación de Antonio Pintor se convierte en la construcción de un símbolo que “[…] nos hace, en definitiva y al límite, pasar de lo accidental a lo esencial, de lo particular a lo universal”[3]. De ello, no importan los referentes, la comprobación del hecho, importa sólo el traspaso de una identificación, de un reconocimiento con el símbolo anudando la otra parte. Observar las obras de Pintor es compartir un lenguaje secreto. En el recuento simbólico, el mito que representa Pintor es una red de distintos complejos: el complejo muralista; el complejo científico bajo la dimensión subatómica; el complejo literario; el complejo religioso; el complejo social; el complejo histórico; el complejo gremial de herreros y mineros; el complejo cotidiano. De tal manera que las pinturas de Antonio Pintor con/memoran. La sola vista trae al recuerdo del mito, al secreto; en el acto es, con él, memorar, traer, reactualizar. Sus pinturas se convierten en espacios para la proliferación de La Palabra. Recuentan un paraje que, desde la localidad, canta La Palabra para dejarla estática en la mirada del observador/escucha.
El catálogo Obra de Antonio Pintor se divide en cuatro secciones:
1) El mural en el Palacio de Gobierno, donde la postura del autor es la formación de una historia sagrada o mitoepopeya. Parte del principio, desde las construcciones político-sociales hasta el reconocimiento del tipo de pintura que realiza, el mural de la escuela de Diego Rivera, David Alfaro Siqueiros y José Clemente Orozco. Aparecen temas, de alguna manera, particulares del entorno de Zacatecas, como el criollo Juan Ignacio María de Castorena Ursúa y Goyeneche y su Gaceta de México.
2) El mural “Peregrinación” que se encuentra en el Seminario Conciliar de la Purísima Concepción, en Guadalupe. El manejo de amarillos, dorados y sombras contribuyen a conceder un dolor, no desde el territorio oscuro, sino en la convivencia de la luz con las tinieblas. Se encuentra entre el umbral del crepúsculo y cada uno de los observadores asisten al camino del Gólgota.
3) Mural “Historia de la Casa de la Moneda en México”. Para Antonio Pintor el presente es un acto resultado del Principio y con miras al futuro. Por ello, los gremios herreros no se quedan en el trabajo de un metal; es un artificio con conocimientos y reconocimientos secretos.
4) Obra gráfica, que va desde el grabado de lugares de Zacatecas, óleos, diseños y reproducciones de fuentes, hasta los proyectos de bocetos. Se muestra el trabajo de exploración de Antonio Pintor.
Se debe destacar el acto ritual del infinito. Antonio Pintor habla del principio. Desde el Mural del Palacio de Gobierno, hasta el Derrumbe, Pintor precisa una historia infinita: habla del principio; trae a La Memoria; cuenta la historia de la Revelación y determina el lugar y tiempo en que compromete situarse; una semejanza con la herencia en la proyección del acto de durar.
III.- La Gea, la Matria
Cuenta Hesíodo que en el principio fue el Caos y del Caos nació Gea, la de pechos amplios, y Uranos, el vasto cielo. Y en los pechos de Gea se escondió Cronos, cuando Uranos quiso matarlo. Y del vientre de la madre, la de pechos amplios, se hizo la raza del acero y la hoz, con que luego Cronos derrocaría al Padre. Y la Matria sobrevivió a pesar de los hijos insolentes y aún guarda en su seno, como embrión, el secreto de la inmortalidad.
Hablar de la Matria es hablar del Origen, del principio. Sus amplios pechos simbolizan la abundancia que genera el hijo que bebe de ellos. La figura de la Matria prevalece en las obras de Antonio Pintor. Su representación no es gratuita, considera a la Madre como la única bondadosa, eterna; a la espera de la formación de los hijos. No obstante, la Matria de Antonio Pintor parte de un registro, que significa el arraigo de una ciudad con tradiciones mineras.
La representación de los pechos abiertos indica que es la madre bondadosa. Sigmund Freud indica el origen del beso en la alimentación: “Un beso cuenta toda la historia de la humanidad. La succión y la utilización de la lengua necesarias en el acto de chupar del pecho […] son esencialmente las acciones utilizadas en el besar”.[4] El designo del Cantar de los Cantares a la esposa, como hermana, es la acción de besar en el acto de compartir y reconocer el pecho de la Matria.
El origen es pertinente. El acto de besar es comer de la misma madre, es decir, convertirse en hermanos. En el Mural del Palacio de Gobierno, de Antonio Pintor, la madre es esculpida, no pintada. Se encuentra en la base, en el origen. No tiene color ni contrastes, puesto que ella está en el principio y, por lo tanto, es testimonio de la Totalidad. El mural se ve de abajo hacia arriba, se sube las escaleras y en el marco principal se cuenta una historia en donde el origen es la constante fecundación de los hijos insolentes, en sus diversos registros, sobre la tierra que ha dado riqueza y valor. Su vientre es de piedra, porque guarda el embrión que poco a poco habrá de madurar hasta convertirse en la plenitud.
Más allá de una historia oficial, que pasa del origen prehispánico, el periodo novohispano, la independencia, la revolución, los registros científicos o expresiones muralistas, el Mural de Antonio Pintor indica que antes de esa Historia había un Principio, una piedra, una Gea. Concebir a una Matria es concebir a la Ciudad como Centro del Mundo, diseñar una Geografía que funcione alrededor sí. Trae a La Memoria los acontecimientos previos al tiempo, en donde la Tierra, la Gea, la de pechos amplios, era la única que existía:
La «movilidad» del origen del mundo traduce la esperanza del hombre de que su mundo estará siempre allí […]. […] la memoria desempeña el papel principal. Se libera uno de la obra del tiempo por la reminiscencia, por la anámesis. Lo esencial es acordarse de todos los acontecimientos de que se ha sido testigo en la duración temporal. Esta técnica es, pues, solidaria de la concepción arcaica […] la importancia de conocer el origen y la historia de una cosa para poder dominarla. […] se trata siempre de acordarse, en detalle y con mucha precisión, de lo que sucedió en los comienzos y desde entonces.
No obstante, la Gea se queda inmaculada, virgen. No hay ser que logre poseer de ella el complejo abundante de su eternidad. La luz, el universo, La Palabra, el mineral nacen de Ella. A pesar de los diversos complejos imaginarios, la Gea está presente en el inicio. La estructura subatómica que propone Antonio Pintor en la serie La virginidad de la tierra y después su parto juega con el tesoro de crear y contener el aliento infinito. En la pintura I, Gea aparece con siete manos que contienen un ojo, son la vista que reconoce el lenguaje simbólico, la educación de la mirada que debe tener el iniciado. Ella entrega el aliento con que se cifran las artes. El fondo químico/astronómico/astrológico habla de una puesta en abismo, pues es subatómico y es planetario: el infinito se gesta en el vientre de la Matria, es inmensidad en la palma de la mano de la madre y ella regala el secreto del aliento. En la pintura II, el hombre tiene en su vientre la esfera terrestre, mientras que la Gea tiene la esfera celeste; una y otra se complementan, sin embargo la Matria contiene el germen de la idea, el mundo intangible. El hombre, el hijo insolente, busca acelerar el estado de gestación del tesoro del vientre:
No tardamos en encontrarnos con la idea de que los minerales «crecen» en el vientre de la Tierra, ni más ni menos que si fueran embriones. La metalurgia adquiere de este modo un carácter obstétrico. El minero y el metalurgo intervienen en el proceso de la embriología subterránea, […] colaboran en la obra de la Naturaleza, la ayudan a «parir más rápido». […] el hombre, mediante sus técnicas, va sustituyendo al Tiempo, su trabajo va reemplazando la obra del tiempo. [5]
De la imagen subatómica/astrológica/astronómica, Antonio Pintor representa el mito fundacional de la ciudad de Zacatecas. En el Boceto para mural «Descubrimiento y fundación de Zacatecas» Antonio Pintor establece un orden del universo, desde el origen hasta la muerte y, por ende, un renacer iniciático.
En el centro del boceto aparece un camino con puntos/prueba. Cada punto tiene un estado metalúrgico y a la vez un símbolo alquímico en relación a los planetas. Se sugiere que el viaje que realizan los conquistadores de Zacatecas es un viaje iniciático hacia los orígenes, que debe culminar con un parto uterino. En disposición jerárquica, del Zinc al Sol, aparecen las cuatro tribus de indígenas que llegaron junto con los colonizadores de la ciudad de Zacatecas. Esa distribución recuerda la concepción del mundo por Anastacius Kictcher en Artis Magnae, en dónde los símbolos alquímicos, como disposiciones planetarias, formulaban un espacio o tierra prometida en donde no había un principio ni fin, sino un constante renacer.
Se debe resalta que en el boceto, la tierra está representada por un triangular invertido y no como tradicionalmente los alquimistas le representaban, con la rosa de los vientos. Además, el triangular invertido se encuentra en el corazón del crestón de la Bufa, símbolo de unión de la ciudad de Zacatecas. Debajo de ella, las vetas mineras de la ciudad más importantes en la época novohispana. Pareciera un error de Antonio Pintor sustituir la rosa de los vientos por un triangular invertido, no obstante:
Fick y Eisler han interpretado el triángulo (delta) en el sentido de «vulva»: la interpretación es válida a condición de conservar ese término con su valor primario de ‘matriz’ y ‘fuente’. Es sabido que la delta simbolizaba para los griegos a la mujer; los pitagóricos consideraban al triángulo como un arché geneseoas a causa de su forma perfecta, pero también porque representaba al arquetipo de la fecundación universal. […] si las fuentes, las galerías de las minas y las cavernas son asimiladas a la vagina de la Madre Tierra, todo cuando yace en su «vientre» está aún vivo, bien que en estado de gestación.[6]
El mito fundacional que propone Antonio Pintor es impresionante. El colonizador viaja en búsqueda de la tierra prometida, de la Gea, la de los amplios pechos que darán riqueza y esplendor. Viaja por todo un océano; llega a otro continente; se aventura Tierra Adentro; pelea, combate con oriundos y se alía con ellos. Pasa por pruebas iniciáticas: la traición, el duelo, el combate, la muerte, el renacer, la pérdida del hermano, el reconocimiento del Otro.
En acto sacramental, revela el vientre y la matriz de la Gea, la Matria. Descubre que su destino estaba instaurado por la circularidad del tiempo y, al santificar el día y la tierra. Acelera el proceso embrionario del vientre de la Madre Tierra para renacer y crear “El Descubrimiento, Fundación y Colonización” de la ciudad de Zacatecas. Finalmente, entrega el ósculo de paz o el beso de la fecundación, La Palabra y el origen. Observadores, se asiste al con/memorar el acto del principio, se trae a La Memora, para exaltar La Palabra en la pintura simbólica de Antonio Pintor, el Origen.
[1] BORGES, Jorge Luis, Justo Navarro trad., Pere Gimferrer prol., Arte poética, Ediciones Crítica, España, 1ra edición marzo 2001, 2ª edición abril 2001, pp. 101.
[2] LURKER, Manfred, Rufino Godoy trad., Diccionario de imágenes y símbolos de la Biblia, Ediciones el Almendro, España, 1994, pp. 132.
[3] Mauricio Beuchot, “”Hermenéutica, analogía, ícono y símbolo”, en SOLARES, Blanca y María del Carmen Valverde Valdés editores, Sym-bolom. Ensayos sobre cultura, religión y arte, Instituto de Investigaciones Filológicas, UNAM, México, 2005, pp. 79.
[4] Visto en "Hermenéutica del beso" de Maritza M. Buendía, en Ficcionario de Teoría Literaria. Fecha de acceso: 21 de octubre del 2010. Línea de acceso: http://hiperficcionario.blogspot.com/2010/10/hermeneutica-del-beso.html.
[5] ELIADE, Mircea, Herreros y Alquimistas, pp. 10.
[6] ELIADE, op. cit., 41.
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