Querida Azur:
Disculpa el que no
haya respondido tus cartas anteriores. Han sido varios los viajes y senderos
recorridos, que mi mente ha estado algo dispersa. A veces, los vaivenes de
imágenes recorren largamente los pensamientos solitarios, al exceso del
desvelo. En eso, quizá, tenga que ver un pequeño comentario inicial sobre los
cuentos que me enviaste. A decir verdad,
la trama que propones es en varios de ellos exorbitante y complicada. En otros,
noto la ausencia de un conflicto o nudo y veo una preocupación por el estilo: “Y
así las hojas caían, con su sequedad llena de palabras”. Trato pensar esa
oración, que corresponde a tu personaje inadvertido. Normalmente las palabras
suelen tener color, agua o saciedad, que llenan a los oídos y sentidos.
Incluso, varios poetas como Paz han argumentado lo poco que les ofrece el
lenguaje, en la búsqueda del poema perfecto, el armonioso. Ellos están a la
espera, en mutismo poético, de aquella palabra, la innombrable. En cambio, tu
giro es el exceso de palabras sin utilidad alguna, áridas, ásperas. Por ello,
caen las hojas, a la par del clima, del crecimiento, del mismo sol. ¿Será acaso
el devenir de tu relato? Me parece que debes integrar esa idea, paralelos entre
la forma de narrar y lo narrado. Vuelvo a tus relatos y sigo pensando,
recorriendo. ¿Dije antes que te escribo por el Guadalquivir? Caminé por su
orilla, entre las torres de oro y plata. Sabes que soy deseoso de andar por los
ríos; dejo que sus corrientes lleven mil y un victorias (im)posibles. Renuevo
promesas, realizo juramentos y libaciones. Alimento a mi espíritu con deseos
que se guardan en despliegues, por cada una de las veces que retorno la mirada
al agua. En una semana te enviaré otra carta. No dejaré que corra el tiempo.
S. L.
No hay comentarios:
Publicar un comentario