12.24.2008
EL DECADENTISMO MEXICANO Y EL ORDEN DE LOS TRABAJOS (Parte III de IV)
III.- El orden de los trabajos y los días.
Los autores de la Revista Moderna trabajarían bajo un esquema ritual asegurado, como una manecilla de reloj que marca la pauta y esgrime el silencio manchado e inocente, por la boca culpable y amenazadora. Cada uno sabía el papel intemperante de los tiempos y pausas, acomodando en sí la prosificación de cada estatus conmovido. La poesía giraría principalmente en las reuniones de la primera etapa, antes de las víctimas. El templo: el bar y/o café literario como lugar recogido del ámbar saturado a los acopios filosóficos y la hermandad imperante, aún y cuando las discusiones fueran subversivas.
El café es un lugar para la cita y la conspiración, para el debate intelectual y para el cotilleo, para el flaneur y para el poeta o el metafísico con su cuaderno. Está abierto a todos; sin embargo, es también un club, una masonería de reconocimiento político o artístico-literario y de presencia programática.14
La geografía del lugar era simple: la mesa conjugaba el centro de los debates. El licor mantenía las formas de cañones y brindis, afianzando la fraternidad intemperante y el cuento, mientras que las esferas típicas de México servían una masticación simple y apremiante, soluble y de emancipación burbujeante.
La importancia de la reunión ha sido de relevancia para cada época y ha tenido repercusiones de cualquier índole. Para el Decadentismo representó una total trasgresión o, dicho de otra forma, un orden moral alejando de las costumbres sociales, alejado de la supuesta “bondad occidental”. “Los más asiduos colaboradores de la Revista Moderna se reunían habitualmente los domingos en casa de Valenzuela, caso inválido durante los últimos años de su vida”.15
Jesús E. Valenzuela resultó ser el Hierofante y Mecenas del grupo. Su condición de político lo resolvió de cualquier necesidad económica para él y para los decadentistas. Fue propietario de la Revista Moderna hasta su muerte. Dentro del ritual mermado diariamente, él era quien dirigía los trabajos, reuniéndose a discutir y dialogar –comúnmente- por las tardes en el bar Wondracek y por los domingos en su casa.
El ritual era sencillo, pero a la vez complejo. Primero se llegaba la hora de los trabajos. Cabe destacar que la mayoría de los bares mexicanos abrían a las 6:00 horas y cerraban a las 23:00 horas. Eso emancipó a las reuniones por la tarde, que precedidas por la comida en una mesa con oídos profanos, abordarían al bar entre los iniciados y se daría el uso de la voz.
La comida era por tanto la hora ritual en que los modernistas tornaban a la tradicional comida de familia en la que se prescinde de abordar temas en las conversaciones que no sean del agrado de las damas por tratar asuntos literarios, […].
Después de levantarse la sobremesa los escritores se dirigían al pedregal,que estaba muy próximo, al caer la tarde, para beber cerveza helada […].
Entonces se abordaban todas las cuestiones literarias o políticas o sociológicas;
exponíanse teorías que para aquel momento histórico eran atrevidas, […]. Las excursiones al pedregal eran […] un paréntesis de solaz en que los escritores estaban a sus anchas y podían abordar todos los temas de conversación libremente.16
El uso de la voz era moderada, procurando la satisfacción de los presentes y manejando una coloración intensa. La construcción quedaría marcada por el hecho presente de la Literatura y sus antecedentes. Las posturas eran cuestionadas, pero no se caía en el alboroto y, mucho menos, en la terquedad y desunión del club.
En el proceso, admitirían mujeres para la procuración ética entendida como proposición del arte. El usufructo llegó a tener cierta fisonomía de los integrantes en las reuniones.
Cuando las cazuelas habían sido recalentadas, la cerveza puesta en el hielo estaba enfriada y el pulque curado de piña comenzaba a fermentar, todos estos preparativos hechos a un tiempo, el maestro de ceremonias, que generalmente era el pianista Moctezuma, alma de la reunión, […] todo el mundo sentábase a la mesa que era como un alero de pichones en que los machos cortejaban a un constante currucucú a las hembras de amor […].17
Poco después Julio Ruelas llamaría a estas reuniones como “Faunalias”. Su repercusión sería el extremo providencial con el goce hedonista de la mujer, su idealización como concepto estético y la trasgresión moral.
Efrén Rebolledo escribiría la interiorización del Fauno, rescatando las figuras que atormentaban a los comensales de la epifanía de fin de siglo. Cada uno acallaba el claro del final –no sabían qué, pero aún así lo esperaban- proponiendo una ventana de lujos y excesos, bifurcaciones concebidas en la unión del templo.
Kipris brindaba su ambrosía,
Baco sus uvas y sus lauros,
y en el desorden de la orgía
el baile lúbrico seguía
como un galope de centauros.18
Para la época y sus escritores fue un lugar común. El sistema los llevaba a ello. Las reuniones Decadentistas necesitaban del soporte mítico y las Faunalias otorgaban ese derecho y motivo para la reunión y la actividad. Claramente se mantenía alejado del pragmatismo político que crecía.
Los sustitutos de la fe se apoyaban aún más en la fabricación de los ideales. No se acuñaba una tradición cristiana, sino pagana. El reconocimiento por lo exótico y por el atrevimiento divino marcaría el sendero de las publicaciones. Se tenía, por el valor de la palabra poética, el encuentro con lo divino y la desmitificación de lo sagrado. No era un ataque directo a la religión, sino una sustitución por el fraude acumulado.
Y tú me condujiste a tu biblioteca como a un bautisterio, fuente de fecundas aguas lustrales. Ahí el neófito cambió su intransigente fetichismo por una religión más amplia, más verdadera, más humana. Dejé ahí mis prejuicios artísticos como un crótalo que se desprende de su pellejo, y mi espíritu ascendió como una mariposa que acaba de abandonar su crisálida…19
–¿Adónde vas, Señor? Y:
–A París, me respondió.
–¿A París?... ¿a París? ¡No,
Señor, no vayas ahí!
Más Cristo desapareció.
Encontrándole después:
–¿Qué hallaste? –dije. Y él –¡Les
perdonó! Llegando a penas,
hallé muchas Magdalenas
y ungieron todas mis pies.20
Casi al final de la etapa Decadentista, los trabajos serían institucionalizados con el intento de renacer el grupo del Liceo Mexicano, hecho 30 años antes por Ignacio Manuel Altamirano. Dicha construcción se realizaría en su honor, estableciendo un orden estrictamente formal y de seguimiento artificioso. Prueba de ello es la caracterización de un nombre institucional, denominado: “Las sesiones del Liceo Altamirano”. Los trabajos serían y se sostendrían en la figura y generación de Ignacio Manuel Altamirano, pero las discusiones tomarían el mismo curso de los temas en el bar, nada de política, solo literatura y arte.
Las sesiones del Liceo Altamirano, de sobremesa después de cenar juntosuna vez al mes, eran una fiesta. Estaba convenido que no hubiera más que una lectura larga, cuando más de media hora, y en cambio, todos los comensales tenían derecho a leer lo que quisieran, sin anuncio previo y sin solicitar la venia de nadie; y esta democrática costumbre implantada dio buen resultado, pues una lectura aplaudida decidía a otro comensal a leer también un poema o una prosa literaria y las sobremesas duraban hasta que no había más lecturas.21
Las reuniones durarían lo que duró la estabilidad social. Los trabajos y sus resultados darían un cambio circunstancial a los hechos internos y a los hechos de un país que traspasaba ya diez años al siglo XX. Los integrantes se sabían pertenecientes a algo y, más allá, se sabían en la espera de cierto acontecimiento; sólo que nadie hablaba del tema, el manejo fue el cataclismo, la caída del paradigma tropezado en la espesura ceguera de la trinchera.
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14María Condor, trad. George Steiner, La idea de Europa, México, Ediciones FCE y Siruela, 2006, p. 34.
15Íbid, p. 486.
16Rubén M. Campos, El bar. La vida literaria de 1900, UNAM, México, 1996, p. 74.
17Íbid, p. 97.
18Efrén Rebolledo, “Faunalia”, Rubén M. Campos, El bar. La vida literaria de 1900, UNAM, México, 1996, p. 291.
19Jesús E. Valenzuela, Rubén M. Campos, El bar. La vida literaria de 1900, UNAM, México, 1996, p. 248.
20Amado Nervo, “Visión”, Rubén M. Campos, El bar. La vida literaria de 1900, UNAM, México, 1996, p. 268.
21Íbid, p. 183.
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