3.24.2009

Madness & Manías

Una a una, las cosas más pequeñas nos reclaman. Se sitúan en cada esquina, que las vemos. No es que sea asunto de lo cotidiano, es más un decir clarificante, hecho conmovido por estelas, por luces, por pequeñas atenciones que resultan ser todo. Caminar despacio y mirar, abajo, lento, con detalle en las pequeñas grietas del suelo; ver de reojo las siluetas que se mueven y conmoverse por cada gota de sal sobre el aire, cada gota de agua cristalina. Parece, más que un ritual, una manía. Como aquella de tirarse al pasto y levantar los brazos, como aquella de cerrar los ojos al sentir la lluvia, como aquella de levantar una pulga en tu mano.
Ogden Nash ha escrito sobre algunas manías. Todas ellas sin la pretensión de sentirse abigarrado, crepuscular, mayordomo del ritual y los senderos del lenguaje poético. Es, en otros términos, una obra bella en miniatura. Trabaja el humor, pero no aquel negro que se usa para los levantamientos humanos y la tristeza del pensamiento.
Su verdadero carácter, el sostén de sus imágenes con el lenguaje, radica en quitar a todo acto el escándalo. Conoce y trabaja la simpleza sublimada, el merecer una vaca en su sonido y qué hacer cotidiano, el juego de palabra con su manera de habla y la leche que rocía, cada uno en su extremo.
Jugar con las palabras también significa jugar con las imágenes, por pequeñas que en algunos contextos signifiquen. No obstante, éste es un bestiario que otorga el agradecimiento. La termita que encuentra su madera y la forma de trastocar la buena manera de…, situar el infinitivo hacia su lado y creer.
Por eso, lo mejor, The Madness, es el sueño. El amor que se aparece, el verdadero sentimiento de sentirse atado, de pensar y deslumbrase por la caída de la imagen ante los ojos. Repetirse, anidarse, mitificarse siempre en el sentido fugaz de las cosas. El claroscuro de no sacarlo del juego del péndulo, sólo así, mi sueño.
La caída tempestuosa de verla al caminar, serena. La cubierta de sus caderas y la directriz de inmolarle a que se vea, retratada, sintiendo el calor y asombro que causa verla, sentirse en la obsesión. Manifiesta el mito, el de Kripteia, ver las pieles del silencio para sorprenderse, maravillarse en la monotonía. Son las pequeñas luciérnagas que vuelan espaciosas por la noche totalmente oscura, las tocas, te redimes, encienden el sempiterno de las pieles; vuelas, sueñas, maúllas, tocas madera, te vuelves cazador de manías.

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