3.25.2009

La censura de este texto.

Quiero pararme en el estrado, en la silla, mirar a lo lejos, palabras amorfas y bárbaras. He tenido en extremo mi ropaje, cada maraña estallada por los frágiles reptiles. Los veo flotantes en la orilla, dando vueltas, contrariados en el segmento. Son peligrosos, nos quieren aplastar de golpe, de un verso, de una cantada. Aún así, no me aterrorizo, porque soy valiente, porque quiero romper el hielo desde sus polos.
No me digas eso, mi obeso amigo, que las obras que ves son claros obstáculos en mi ascenso a la fama. ¿Que si no tengo el porte y la fuerza?, por favor, si cada espacio conlleva el silencio de su miedo, de sus ojos temblorosos y cansados, de sus lágrimas que quieren hacerse riña.
Dame esa pluma, anda. Quiero destrozarlos ahora, quemar sus llagas, sus silencios, consistir el pretexto retórico y resultante, pasarme en su usufructo, ser un furioso. No intentes llamarme obstinado, que tu vocabulario no es refinado.
Siempre decides amontonar las palabras, no piensas en la adecuada para tu estrofa, la musical, la que te lleva de la mano al silencio y a los blancos. Sólo piensas en retener el porcentaje necesario y mantenerte en el sistema.
Para mí no es una manía, es una forma de vida, ¿no la habías notado? Considero el mayor de los beneficios, la restitución de las imágenes, la validación de nuestros seres. Piénsalo de esta manera; para ti manejar la entrada de tu casa es abigarrar las expresiones; en cambio yo, creo en el tremendo valor de una palabra no dicha, no entonada, de una coma que llena el espacio, el del otro, el ajeno.
Por eso dame la pluma. Quiero acabarlos y sentirme el Jedi, el Ulises, el Alonso y Furioso que destierra cada destino. Representa el mayor de los retos. Imagina, un estilero que intenta construir un estilo a partir de otros estilos, de lo pasado, de la sátira mal educada y nacida de los campos o los cielos; de la filosofía vieja, antigua, sabia. Pobre tipo, dímelo sin advenimiento y sin la censura que yo pongo en este texto. Tú me obligaste a hacerlo. Pero soy obstinado, los sigo viendo desde mi escritorio. Te lo suplico, entrégame esa pluma, es momento de que sientan mis garras, mis líneas, mis armas retóricas. No tengas duda, confío en el rocinante poder de mis estructuras, de los espejos, del trote que daré haciéndoles frente.
/No trates de levantarme, es cuestión de orgullo. Lo sabías, lo intuiste desde un principio. Fue mi completo error, de no invocar esa palabra, de darle la vuelta, de sacarla de contexto. Sí, dilo, dilo sin la censura de este texto/.

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