6.02.2010

Cuando la noche cae en tus manos, un libro

[Pequeño prólogo en la súbita traición de una palabra y el poema.]


Siempre he sugerido y pensado que los libros llegan a los lectores y no viceversa. Es un encuentro inesperado y, a la vez, feliz, estridente, vivo. En sus letras, los libros destinan al menos una palabra, un sentido, una nota, una referencia, un significado. Los libros argumentan un nudo de memoria, individual o colectiva, en la experiencia vital de la humanidad y su cultura. Cuenta el tiempo de la cuenta, el principio, presente y final –en sus posibilidades de estructura– del tiempo y la cuenta.
La poesía se aguarda y presupone como la más íntima de las voces que se pueda trazar en un libro. Su conjetura se plantea como un tiempo sin tiempo, formulado como una esfera controlada por el ser agustiniano. Se trata tan sólo de sentir las notas en sentido, apropiarse de la voz y el aliento, sin la necesidad de conformar un dogma o interpretación ontológica de lo que se pronuncia. A propósito del teólogo ya mencionado, Borges en alguna conferencia sobre el enigma de la poesía mencionaba: “San Agustín dijo: «¿Qué es el tiempo. Si no me preguntan qué es, lo sé. Si me preguntan qué es, no lo sé». Pienso lo mismo de la poesía.”1
De esa forma, los libros mantienen el aliento poético del hombre, sea cual sea su espacio, tiempo, periodo. Se podría afirmar que el mundo sigue ahí, que la noche, la eterna sonrisa de figura de los dioses y la vista humana siguen presentes, vivos. No obstante, el hombre se considera carne, cuerpo o ánima en la medida en que su cultura lo obliga. Es ahí la única decisión que tiene lector frente a los libros, tomar su nudo de memoria para concretar la caída del sol sobre el horizonte marino, la significación del símbolo. De ahí las posibilidades del aliento. Más aún, ahí el vértigo del día, “Y de súbito la noche”.
Salvatore Quasimodo se ancla en el tono personal y agónico de un tiempo y una cultura. Su poesía se caracteriza por la noche del tiempo y los pesares, la agonía de un dios que ha dejado al hombre solo en sus sollozos. Por ello la formación de una arquitectura del verso marcado por el gélido sonido del oboe y la palabra. Sus estrofas se incrustan, de manera tajante, en un tiempo necesitado de una voz que la hiciera escapar y, así mismo, mostrarse en la fortuna de ser carne, cuerpo y ánima.
Para su agonía, es carne por el grito ahogado de la partida del hombre , “Signore, mio asilo:/ misericordia!”2 ; para su asombro, es cuerpo en el perfil de papel humano, “Avara pena, tarda il tuo dono /in questa mia ora /di sospirati abandoni” ;3 para su mente, carne y cuerpo, es ánima en la fortuna de sentirse en el mundo, “Ognuto sta solo sul cuor della terra /trafitto da un raggio di sole: /ed è súbito sera. ”4
Argumentando un sonido como el de un «Oboe» , sus palabras se articulan o, mejor dicho, se entretejen en la sonata oscura y tenue de una forma. Su poesía está cargada de una elaborada arquitectura del verso, conjugando con la posición de las palabras y, así, creando un juego de sonidos. Toda una poética digna de ser leída y releída en el mundo iberoamericano.
Además de su postura poética, considero dos puntos importantes para su traducción. La primera tiene que ser entendida como un acto de relectura, de refrescar y presentar al autor, a 109 años de su nacimiento. Es un autor, robando sus propias palabras, súbito, sumergido en las dificultades de un siglo que vemos ahora lejano, que toca a nuestras generaciones reflexionar sus palabras. Es una lectura de principio de siglo, de un autor proclive en el principio de otro siglo, el pasado, el antecedente. El segundo punto resulta un acto de generación y, a la vez, re-lectura colectiva. Salvatore Quasimodo perteneció a la generación de Eugenio Montale, quién ha sido hace poco traducido por Fabio Morábito. La traducción de Quasimodo trasciende una lectura generacional, de hechos, poéticas, tiempo y espacio.
Por ello, presento a cuenta gotas los reflejos nocturnos de una poesía cargada de noche, de sonidos de canto y aliento. En la superficie de su aliento penoso, sucede una parafernalia en la voz de Quasimodo, una fortuna de entrar en la noche, caer en la solemnidad individual y acto de memoria, para agonizar en la soltura única de un poema, un libro.


__________________________________

1BORGES, Jorge Luis, Arte poética, Justo Navarro (trad.), Edit. Crítica, España, 2002, pp. 35.
2QUASIMODO, Salvatore, Ed è súbito sera, Arnoldo Mondatori Editori, Milano, 1947, pp. 94.
3Ibíd., pp. 75.
4Ibíd., pp. 139.

No hay comentarios: