Ochos en el piso de la soledad, columna al centenario de La sangre devota de Ramón López Velarde. Con el agradecimiento al periódico Imagen por la publicación.
El concepto del “Romanticismo” ha
sido abordado desde múltiples espacios artísticos y literarios. En muchos
casos, para desdicha de tal sentido, su significado se ha vuelto trivial, pues
arroja al sentir personal, corpóreo e imaginativo del ser mismo.
¿En qué senderos atraviesa el “Romanticismo? Se puede decir
que es una contrarrespuesta al procesamiento metodológico de la “razón”,
derivado de los procesos epistemológicos de los siglos XVIII y XIX. Alejándose
de la búsqueda de la verdad, la luz como símbolo pleno de conocimiento
absoluto, el “Romanticismo” es la indagación de la belleza en lo oscuro, lo
inusitado, el silencio y la voz.
Umberto Eco, en Historia
de la belleza, realiza un recorrido semántico del término: para el siglo
XVIII era negativo, “novelesco”; para el XIX es “quimérico”. La belleza
“romántica” adjudica al caos, la eternidad en su naturaleza muerta/viva y a la Femme Fatale. La belleza es inexplicable,
inaudita y perenne. Si bien podemos considerar estos elementos en poetas del
siglo XIX y XX, hay cambios entre lo uno
y lo diverso.
El caso de Ramón López Velarde, en La sangre devota, explicita senderos de la cuenca “Romántica” y su
belleza del no saber. El poema que más expone dicha hipótesis es “Ofrenda
romántica”, un madrigal amoroso dedicado a doña Josefa de los Ríos, Fuensanta.
En sus seis estrofas, el poema se construye como un juego de
correspondencias. La voz del poeta otorga presentes en cualidades que, en
hipérbole, regresan como afinidades y consuelos para el sentir propio del
autor. Es el conformar de la introspección entre amado y mujer.
Fuensanta: las finezas del Amado,
las finezas más finas,
han de ser para ti menguada cosa,
porque el honor a ti, resulta honrado.
La contemplación es la parte
esencial del texto. El “Romanticismo”, de alguna forma exige un recogimiento y
socavamiento de quien admira. La preciosidad es natural, en su estado de
plenitud bestial. Ramón López Velarde divisa su hermosura con el sufrimiento
judeocristiano.
La corona de espinas,
llevándola por ti, es suave rosa
que perfuma la frente del Amado.
El madero pesado
en que me crucifico por tu amor,
no pesa más, Fuensanta […].
El sentir y el sufrir se alejan, mediante
el sendero del desgarro en Cristo y su pasión. Todos los menoscabos se reivindican
en la figura de Fuensanta, que en estigma le pertenecen. Por ello, entrega su
única sazón, para que eternamente florezca:
[…] permite que te ofrezca el pobre don
del viejo parque de mi corazón.
Está en diciembre, pero con tu cántico
tendrá las rosas de un abril romántico.
Bella Fuensanta,
tú ya sabe el secreto: ¡canta!
El
secreto “Romanticismo” lopezvelardeano es su contemplación sonora. El poema y
la belleza están en ella, alejados de toda razón.