10.13.2008

EL DECADENTISMO MEXICANO Y EL ORDEN DE LOS TRABAJOS (Parte I de IV)


I.- Del Modernismo al Decadentismo
Es noche de sábado y las colinas tienen un aroma extasiado en las penumbras del duelo. Aquí no hay rezagos, sólo la espera, la oscuridad temblante de lo imbatible, la ausencia acumulada, la epifanía.
El conocimiento de la tenida1 negra confunde el ritual y lo completa, acomodando cada una de las partes en el lugar debido. Existe la comunión –qué misa o ceremonia de trascendencia no lo tiene-, pero no como un método de masticación o plaguicida de los misterios ocultos, en la exaltación de las almas.
El ritual consiste en la fabricación del templo de su cuerpo, su vientre, su pecho; las columnas y el ara de los juramentos. Así, somos espectadores de la celebración de la cátedra entendida como regreso a la silla, a la matriz, a la misma raíz nominal que concentra la palabra catedral y su idea.
Para algunos, en una circunstancia pura de blasfemia, el acto es realizado en un proceso de aberración y herejía en contra de las buenas costumbres. Una “Misa Negra” donde se celebra la única eucaristía del hombre, la mujer y sus almas, y no la conexión con lo divino. Dicho encuentro, plagado de figuras retóricas y escrito en la voz musical del lenguaje más significativa de todas las religiones:
[…] quiero en las gradas de tu lecho
doblar temblando la rodilla
y hacer el ara de tu pecho
y de tu alcoba la capilla… […]2

Con el poema la “Misa Negra” de José Juan Tablada, publicado en 1892 en el periódico El País, la discordia se abriría sobre lo Modernista y la corriente que se estaría suscitando como Decadentista.
Las consecuencias serían terribles, en el sentido que cada parte se descabezaría por mantener los supuestos de sus ideales hasta vencer el rubro de las subordinaciones de las que partían. No todos estaban preparados para ser parte de los grandes comensales, en cierta forma, bucólicos, mantenidos por una sepa de teorización, idealización y discordia de la misma discordia de la que hablamos.
El Modernismo se basaría como una expresión o proceso de maduración de un Romanticismo que poco a poco caducaba en los finales del siglo XIX. México pasaba por una serie de embates sociales, económicos, políticos y culturales. El choque generacional y circunstancial (entiéndase por los momentos políticos) abriría sin duda una serie de parlamentos artísticos, que se discutían sobre las primeras manifestaciones literarias del ahora país independiente.
No se niega que París se convirtió en el anhelo de cada escritor que vivió en esa época. Por el contrario, la capital francesa fue la capital de los ideales estéticos, dio múltiples cartas al mundo, para que cada cual jugara y mostrara, con el manifiesto de su arte, la estética de sus razonamientos.
Por eso, no se puede hablar de un Modernismo, sino de varios Modernismos, como diría José Emilio Pacheco3. Reconocemos los más prolíficos y que estuvieron (en algunas partes siguen estando) de moda. El Parnasiano sería el más reconocido. Sus autores “malditos” harían de su vida una verdadera obra de arte conectada con su obra literaria.
Pero, para México, el Modernismo se manifestaría de una forma distinta. Si bien, reconocemos fácilmente esa primera parte acuñada con autores como Manuel Gutiérrez Nájera, Ignacio Manuel Altamirano, entre otros, que utilizaban:
El culto preciosita de la forma [que] favorece el desarrollo de una voluntad de estilo que culmina en refinamiento artificioso y en inevitable amaneramiento. Se imponen los símbolos elegantes, como el cisne, el pavo real, el lis; […].4

Quiero morir cuando decline el día
en alta mar y con la cara al cielo,
donde parezca un sueño la agonía
y el alma un ave que remonta el vuelo.5

La segunda etapa estaría burilada por los vacíos y las esperanzas aunadas al extremo social; los derroches del bar y el burdel y el lanzamiento de la piedra que abriría el camino de ciertas libertades de temas y de formas en una sociedad altamente aburguesada y jerarquizada, chocante y de diversas realidades:
[…] a la vez que el lirismo personal alcanza manifestaciones intensas ante el eterno misterio de la vida y de la muerte, el ansia de lograr una expresión artística cuyo sentido fuera genuinamente americano es lo que prevalece. Captar la vida y el ambiente de los pueblos de América, traducir sus inquietudes, sus ideales y sus esperanzas, […].6

A esta etapa, en México, podemos llamarla “Decadentismo”, aunque, cabe recalcar, que en la última década del siglo XIX las palabras decadentista y modernista significaban lo mismo7. Una especie de festividad social y artística ligada a hechos y remembranzas alejados a los diseños. Fueron sus conductas antisociales y las imágenes las que abrirían un sendero a la distancia.



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1La “Tenida” es una misa, trabajo de Masticación y/o celebración de unión mística.
2 José Juan Tablada, “La Misa Negra”, Los mejores poemas, UNAM, México, 1971, p. 22.
3José Emilio Pacheco, “Introducción” a Antología del modernismo (1884-1921), UNAM y Era, 1999, p. XI-LI.
4 Max Henríquez Ureña, Breve historia del Modernismo, FCE, México, 1978, p. 33.
5Manuel Gutiérrez Nájera, “Para entonces”, Rubén M. Campos. El bar. La vida literaria de México en 1900, UNAM, México, 1996, p. 261.
6Ídem.

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