12.30.2008

Dentro de una bulliciosa multitud y en la perpleja sobriedad de lo ajeno, me miró. Quiso callar la distancia que le guardaba mi ser, un enorme extraño, sólo que sus ojos delataban la entera flama de un lenguaje adoptado, no nacido en los recorridos diarios. ¿Qué es tu nombre? Preguntó. Quedé atónito ante el exorbitado dilema. Quería decirle que era polvo y nada, que era la distancia más pequeña entre el vidrio y el aire, que era el agua flotando sobre arena en otro hemisferio. Lo único que se me ocurrió en ese momento fue decirle el balbuceo primario que mis padres dejaron caer algún tiempo; Salvador, ¿de qué?, de nada…
Recordé aquellos mundos donde trataba de encontrar el zafiro de la Princesa Delta; la excursión a las cuevas de los siete guerreros de los elementales; aquellos entrenamientos en el bosque de bambú; y mi mejor logro, cuando derroté al Briareo en el volcán de los nueve cristales de linde.
Agaché mi cabeza y le di una palmada en su hombro, en pleno arrepentido. No es que no haya salvado algo, sino que he dejado de intentarlo o al menos de imaginar en la máxima defensa del mito interno, el anhelo.

3 comentarios:

Magnolia Orli dijo...

hola chavita!
tenemos blogs! pa' leernos, digo.
feliz año nuevo

Salvador Lira dijo...

Excelente, ya chequé tu blog, nos estamos leyendo. Feliz año.

Mastodonte dijo...

wow!
qué bien suena eso de: Salvador, ¿de qué?, de nada.

no todos los que se llaman Salvador salvan y todos, aunque sí se llamen también se cansan de intentarlo...

un saludo.