Entre los siglos XIX y XX se
forjaron, como elementos culturales de época, dos temas o líneas genealógicas:
el triunfo de Prometeo y la predilección por Caín. Es una idea de trasgresión hacia
sistemas arraigados, ya sea por la luz divisada en dos columnas o la negra
noche con un dios de las mil caras buscando su otro.
Los escritores franceses inauguraron la
predestinación oscura. El designio se observa desde Los Malditos, como Charles Baudelaire o Arthur Rimbaud, hasta los
espiritistas, como Eliphas Lévi o Pablo Rosén, en uno de sus múltiples
sobrenombres crípticos.
En México comenzó la transgresión de consumaciones
lóbregas en términos poéticos con José Juan Tablada. La revista El país publicó el poema “La misa negra”
en 1893. El texto causó gratos lectores y comentarios, así como escándalos o
debates por la propuesta de un sacerdote que anhelaba consumar su amor, sobre el
ara. Incluso existió un fuerte reclamo por doña Carmelita, esposa de Porfirio
Díaz, debido a lo “inmoral” del texto. No obstante, el tema literario siguió en
boga, en devenir de la generación Decadentista.
Ramón López Velarde forjó su amor devoto a partir
de sus fauces umbrosas, en el marco del dolor y la soledad. La postura no se
trataba de señalar los dogmas religiosos o las posturas institucionales, sino
de fijar la norma para transgredirla, en pleno conocimiento del sentido, un
acto de oscuro erotismo.
En el poema “Cuaresmal” de La sangre devota el tono es el de una oración, plegarias hacia la
consumación. El texto inicia con las cualidades de los amantes: la “Paz” de
Fuensanta y el “Dolor” del poeta en una noche cuadragésima.
La ruptura es doble. La noche debe ser en cuaresma
debido a que, según la norma, no hay opción a acercarse o siquiera dilucidar
colmar el apetito en sangre roja, debido a que ahí se encuentra el alma. López
Velarde lleva su devoción hacia el sentido del desgarramiento:
Quizá en un Viernes de Dolores,
cuando se anuncian ya las flores
y en el altar que huele a lirios
el casto pecho de María
sufre por nos siete martirios […].
Entonces el amor se concibe
como la culminación de los cuerpos a partir de dos sacrificios, sangre corpórea
y virginal. Es Fuensanta la “frescura de tus manos gratas” y López Velarde, “mi
pena / entre los vasos de cebada / la última noche de novena”.
La plegaria poética lopezvelardeana, sin embargo, no
busca la condenación, el destierro. Por el contrario, es parte del
“Sacramento-Misterio” que indaga a toda costa la salvación;
Y así podré llamarte esposa,
y haremos juntos la dichosa
ruta evangélica del bien
hasta la eterna gloria.
Amén.
Bodas
lopezvelardeanas entre amor devoto, la pureza y el hambre de su ser.
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