Ramón López Velarde fue seminarista.
El hecho puede ser anecdótico; mas este perfil de algunos poemas demuestra el
conocimiento de una tradición literaria, siguiendo aún la currícula del
concilio tridentino, en donde los clásicos grecolatinos y lo bíblico son
cruciales para afrontar el viaje espiritual. Si los temas predilectos de la
poesía lopezvelardeana son amor, muerte, soledad, provincia y transgresión dogmática,
sirven sacralidad y dogma de vaivén con el esfuerzo por sacar de su alimento
hacia el lugar interminable. En Homero fue Ítaca en el recuerdo de Penélope, en
López Velarde el pueblo provinciano al lado de la mujer que sacia el cuerpo o
el espíritu.
“Viaje al terruño” de La
sangre devota argumenta el regreso al pueblo en diversas estancias. Está
escrito en décimas: estrofas de diez versos octosílabos con rima pareada. Se
divide en momentos que marcan el tono y valores: la “Invitación”, “En el
camino” y la “Llegada”.
Los tres subtítulos hacen indagar en las cámaras de
iniciación, por la que se busca el encuentro al Templo, donde la piedra libera
de todo tiempo continuo para establecer otro, in illo tempore, cíclico y perenne. Esto es parte de la tradición
iniciática; en López Velarde tiene la característica de compartir su
circularidad con la mujer que colma sus pasiones, por plenitud o en hálito.
La “Invitación” es la apertura del poema, se ponen en juego
las condiciones y se toma el carruaje. La voz interna es profética y experta al
peligro simbólico:
No temas: por los senderos
polvosos y desolados,
te velarán mis cuidados
galantes palafreneros.
El poeta es un acompañante que
indica cada símbolo a interpretar. Es interesante notar que aquí se vuelve a
mostrar el círculo, en sonido, tan característico en López Velarde; de “la o por lo redondo” al “Viaje al terruño”
es “obsequiará tus oídos / con sus monótonos ruidos / la serenata del coche”, sonido
radial de una vía a la perennidad.
De allí que “En camino” se indique las estancias, la vista
del pueblo en vilo y sus actos de purificación. El secreto es el amorío, está,
se sabe y glorifica:
De la noche en el arcano
llega al éxtasis la mete
si beso devotamente
los pétalos de tu mano.
La “Llegada” no significa la
estancia última. Es el inicio de un ciclo interminable, que en la muerte del
año se muda para abrir nuevos portales. El amor y el espacio son uno, mediante
una tesitura musical:
Escucharás, amor mío,
girando en eterna danza,
la interminable romanza
de las hojas… […].
El
vuelco eterno es por el pueblo provinciano, centro del mundo. Los portales son
abiertos por “el bronce, loco de risa, / de la traviesa campana”, señal de
unión entre el cielo y la tierra.
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