7.18.2016

Un viaje por el ritual eterno

Ochos en el piso de la soledad, columna conmemorativa al centenario de La sangre devota de Ramón López Velarde. Con el agradecimiento al periódico Imagen por la publicación.




Ramón López Velarde fue seminarista. El hecho puede ser anecdótico; mas este perfil de algunos poemas demuestra el conocimiento de una tradición literaria, siguiendo aún la currícula del concilio tridentino, en donde los clásicos grecolatinos y lo bíblico son cruciales para afrontar el viaje espiritual. Si los temas predilectos de la poesía lopezvelardeana son amor, muerte, soledad, provincia y transgresión dogmática, sirven sacralidad y dogma de vaivén con el esfuerzo por sacar de su alimento hacia el lugar interminable. En Homero fue Ítaca en el recuerdo de Penélope, en López Velarde el pueblo provinciano al lado de la mujer que sacia el cuerpo o el espíritu. 
“Viaje al terruño” de La sangre devota argumenta el regreso al pueblo en diversas estancias. Está escrito en décimas: estrofas de diez versos octosílabos con rima pareada. Se divide en momentos que marcan el tono y valores: la “Invitación”, “En el camino” y la “Llegada”.
Los tres subtítulos hacen indagar en las cámaras de iniciación, por la que se busca el encuentro al Templo, donde la piedra libera de todo tiempo continuo para establecer otro, in illo tempore, cíclico y perenne. Esto es parte de la tradición iniciática; en López Velarde tiene la característica de compartir su circularidad con la mujer que colma sus pasiones, por plenitud o en hálito.
La “Invitación” es la apertura del poema, se ponen en juego las condiciones y se toma el carruaje. La voz interna es profética y experta al peligro simbólico:
No temas: por los senderos
polvosos y desolados,
te velarán mis cuidados
galantes palafreneros.
El poeta es un acompañante que indica cada símbolo a interpretar. Es interesante notar que aquí se vuelve a mostrar el círculo, en sonido, tan característico en López Velarde; de “la o por lo redondo” al “Viaje al terruño” es “obsequiará tus oídos / con sus monótonos ruidos / la serenata del coche”, sonido radial de una vía a la perennidad.
De allí que “En camino” se indique las estancias, la vista del pueblo en vilo y sus actos de purificación. El secreto es el amorío, está, se sabe y glorifica:
De la noche en el arcano
llega al éxtasis la mete
si beso devotamente
los pétalos de tu mano.
La “Llegada” no significa la estancia última. Es el inicio de un ciclo interminable, que en la muerte del año se muda para abrir nuevos portales. El amor y el espacio son uno, mediante una tesitura musical: 
Escucharás, amor mío,
girando en eterna danza,
la interminable romanza
de las hojas… […].
El vuelco eterno es por el pueblo provinciano, centro del mundo. Los portales son abiertos por “el bronce, loco de risa, / de la traviesa campana”, señal de unión entre el cielo y la tierra.

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