Ochos en el piso de la soledad, columna al centenario de La sangre devota de Ramón López Velarde. Con el agradecimiento al periódico Imagen por la publicación.
La figura femenina en la
obra de Ramón López Velarde es un tema amplio y con posturas que transitan
entre un arraigo vivencial, frente a la mitificación. Si el nombre Fuensanta se
inserta en el pedestal junto a otras, como Aurelia, aquellas mujeres que no
sesgaron el vilo del nombre se encuentran en la versificación de perfiles,
caminos y vistas, en la palestra taciturna compartida por Le Femme Fatale de Baudelaire.
El eterno femenino de López Velarde se distingue
de varios rasgos. Sencillo es confirmar su condición provinciana. En ella
existe lo virginal, taciturno. En la ebriedad de la noche, para el poeta, su
observancia es inmaculada, el hambre y la sed se debaten por la conciencia
redimida, al dogma que con impaciencia teme a la trasgresión, anhela así el
canto de una redención, que no llega. Se forja de tal manera una poética en que
los ojos observan, los versos son también parlamentos y la expresión, aunque no
exista punto de encuentro, es dialógica.
En “Pobrecilla sonámbula” de La sangre devota se observa el ideal femenino lopezvelardeano.
Siguiendo las reglas formales del madrigal –versos de siete u once sílabas con
tema amoroso–, el espacio creado por el poeta es un paisaje que va de la
clarividencia al nocturno.
El poema inicia con el retrato del sitio:
Con planta imponderable
cruzas el mundo y cruzas mi conciencia,
y es tu sufrido rostro como un éxtasis
que se dilata en una trasparencia.
De tal modo que los versos conectan
tres elementos: el mundo, la conciencia del poeta y el sueño eterno de la
mujer. Hay que hacer hincapié de que esta mujer de la que habla López Velarde
es una “sonámbula”, es decir, que camina aún con el sueño. Jamás se indica el
reposo, ni el despertar. Es un eterno sueño, con enlaces significativos de
auscultación: la presencia dialógica de la mujer y el canto del poeta. La redención
es femenina:
Devuelves su matiz inmaculado
al paisaje ilusorio en que te posas
y restituyes en su integridad
inocente a los hombres y a las cosas.
La característica que vuelve
inalcanzable a la “Sonámbula” es conocer su cualidad del eterno sueño. No le
atormenta el paso del mundo por diversos niveles, antes combina su pureza con
el mandato beatífico en la atracción con el otro:
Así cruzas el mundo
con ingrávidos pies en transparencia
de éxtasis se adelgaza tu perfil,
y vas diciendo: “Marcho en la clemencia,
soy la virginidad del panorama
y la clara embriaguez de tu conciencia”.
Entonces el pobre no es la
mujer, sino el poeta que se reconoce en la infinitud del camino. Ambos miran al
mundo y lo redimen, lo crean. Dos opuestos que se unen en el sueño y la
palabra.
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