Ochos en el piso de la soledad, columna por el centenario de La sangre devota de Ramón López Velarde. Con el agradecimiento al periódico Imagen por la publicación.
En el fino contemplar de
Ramón López Velarde, la imagen de un piano y la amada son la efigie del fervor
y el deseo. Es una visión recurrente, no sólo por la devoción, sino porque en ambos
componentes se cifran condiciones que envuelven mutismo, anhelo e intensidad.
En el trabajo autocrítico del poeta, se encuentran
dos versiones sobre tal imagen. La primera apareció en la Pluma y Lápiz de Guadalajara el 29 de enero de 1912, aunque su escritura
data posiblemente unos tres o cuatro años antes. El título del poema es “El
piano de Genoveva”.
Con versos en alejandrinos, la voz realiza un doble
juego de simbolización, ya que habla del instrumento musical y de la amada.
Describe un “piano llorón”, que encierra “de la vida el arcano”. Son nocturnas
las soledades y tristezas que vaticina, pues es “una caja de lágrimas”. En la
edificación, el poeta traslada el canto:
Piano de Genoveva, te amo por indiscreto;
De tu alma a todo el mundo revelas el secreto:
Cuentas, uno por uno, todos sus desengaños.
Entonces, Genoveva es una sola en el
piano, a tres décadas, como una Santa, inmaculada en la zozobra:
Genoveva, regálame tu amor crepuscular:
esos dulces treinta años yo los puedo adorar.
Ruégala tú que al menos, pobre piano llorón,
Con sus plantas minúsculas me pise el corazón.
La imagen del piano y la amada se
transforma, por corrección, autocrítica y mayor esmero, en La sangre devota. En “Para tus pies” se propone un poema más
simbólico y con mayor trabajo en el esmero del verso, pues en vez de
alejandrinos el poeta presenta hexadecasílabos o versos de dieciséis sílabas
formados por la unión de dos octosílabos con doble hemistiquio. El texto guarda
aún la contemplación y la unión entre mujer-instrumento, plantas-pies:
Hoy te contemplo en el piano, señora mía,
Fuensanta,
las manos sobre las teclas, en los pedales la
planta
y ambiciona santamente la dicha de los pedales
mi corazón, por estar bajo tus pies ideales.
Esa planta toma una significación
entre los senderos de la Amargura, en los devaneos de Belkis y Salomón. So
pretexto de las tertulias de su época, piano y mujer se modernizan para
entrever el perfil nupcial. De allí que se vuelque el anhelo y solicitud:
Y así te imploro, Fuensanta, que en mi corazón
camines
para que tus pies aromen la pecaminosa entraña,
cuyos senderos polvorosos y desolados jardines
te han de devolver en rosas la más estéril
cizaña.
El piano es, a total expresión,
el instrumento que el poeta busca abrazar: con la musicalidad alcanza al
sonido, contempla a la virgen de sus himeneos y se postra en ofrenda. En
ejercicio nominal, las damas blancas: Genoveva o Fuensanta.
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