En la oscuridad que ofrece
el piso de la soledad, Ramón López Velarde realizó una analogía de su vida,
junto con sus portentos amorosos, sobre una luz por la resonancia poética de La sangre devota. La imagen propuesta se
cifra entre una lámpara, un candil o un péndulo, personificaciones de la andar
de la agonía y el baile.
Es interesante resaltar la característica de los
círculos u ochos que, en diversas ocasiones, López Velarde propone ante su
solitaria condición o bien en la descripción a personajes que le seducen por
ello. Si en el ya bastante citado poema “A mi prima Águeda” se indica el
pliegue del desierto amoroso por “Yo era rapaz / y conocía la o por lo redondo”, es en el cintilar de
encuentros nocturnos por un flâneur
importado lo que imprime el sello radial lopezvelardeano.
La imagen instituida es el péndulo, figura que
formula círculos sin aparente mano que lo trace, moviéndose entre el movimiento
cíclico de la tierra. ¿Cuál es la razón por la que López Velarde elige esta
imagen y otros símiles para cifrarse? En el poema “Nuestras vidas son
péndulos”, se argumenta tal circunstancia:
Gemían
los violines
en el torpe quinteto…
E ignoraba la niña
que al quejarse de tedio
conmigo, se quejaba
con un péndulo.
En el poema, la voz poética
se pregunta por una “niña” que en un baile le manifestó sobre sus deseos de
viajar y le confesó su “tedio”. A ello, se denota una lectura de Baudelaire; un
diálogo irradiado por describir lo que se padece, en este caso el Spleen. Como efecto eckfrático, el poeta jerezano detalla el situar de su
interlocutora: un boceto lánguido con pendientes de ámbar y un jazmín en el
pelo. En el fondo, un vals, característico de las noches del flâneur de la época, peculiar en la
zozobra compartida.
La distancia que imprime el péndulo, en su
movimiento, emite un punto constante al que nunca llega. Es quizá por esta
razón la que la voz poética se resuelve en compartir la soledad y el sitio, al
que nunca llegará por los infortunios del destino. De allí, el secreto y el
testimonio:
Niña que me dijiste
en aquel lugarejo
una noche de baile
confidencias de tedio:
dondequiera que exhales
tu suspiro discreto,
nuestras vidas son péndulos…
Dos péndulos distantes
que oscilan paralelos
en una misma bruma
de invierno.
Ir
y venir entre las avenidas de la voz y los silencios, sobre el ocaso del sol,
en penumbras; así se constituye el recorrer lopezvelardeano por la tristeza y
la soledad. Es la marejada constante reconocida en otra sed, femenina, que en
el oscilar alistan sus puntos de llegada, sin jamás poder arribar.
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