Hace unos días compré Cármenes de Catulo en la traducción de
Rubén Bonifaz Nuño, editada por la Universidad Nacional Autónoma de México en
1969. Un libro voluminoso, que contiene una sólida introducción al autor, notas
y los poemas, tanto en latín, como en la versión del poeta mexicano. Debo
aclarar que Catulo fue el primero de los poetae
novi que leí en la Licenciatura en Letras. Sus versos cayeron en la sorpresa
de una frescura amorosa, probablemente hasta ese momento malentendida por la
solidez de Virgilio y compañía. A partir de tal momento, me he dedicado en comprar
los distintos ejemplares que de Catulo llegan a mis manos. La novedad de éste
fue que, una vez regresado a casa y leerlo, encontrar una hoja que contenía un
poema manuscrito. Con el título de “Retorno”, dichas letras auscultan una
relación sin lugar a dudas con el fervor y pasión de los cantos a Lesbia. El
autor del manuscrito, que sólo realiza una firma sin develar su nombre, tampoco
infiere el destino de sus palabras. Es un texto por una devoción, que dentro se
percibe el Carmen de Cayo. Entonces, ¿qué relación o puentes deja una lectura
en el proceso creativo? Somos lo que escribimos, lo que leemos, lo que signos
se prestan ante los ojos, oídos, piel. Ficciones en ficciones cantadas por
hálitos de luz. En este caso, se trata del amor pleno que retumba en el estar,
ahí, con sed y palabra. Catulo ya ha dicho el canto de la eternidad en pasión,
sin importar lo que del mundo demande una y mil veces:
Vivamos, Lesbia mía, y
amemos,
y de los más serios
viejos las voces
en el valor de un as
tengamos todas.
Pueden morir y
regresar los soles;
muerta una vez la
breve luz, nosotros
dormir debemos una
noche eterna.
Dame mil besos, y
después un ciento.
Luego, cuando hecho
habremos muchos miles,
los turbaremos, porque
no sepamos,
o no pueda aojar algún
malvado
cuando sepa qué tanto
había de besos.
Y
se debe seguir entonces en ese proceso de lectura y escritura, de ocultas
relaciones que se pueden resguardar al fondo de un libro, en secreto. Porque
creamos ficciones y melodías ya que nuestro mundo no basta, no satisface en
cualquier sentido. El encuentro siempre se llena de palabras, de lenguaje. La
vestimenta es un signo del estar, vivos.
Como
curiosidad en la escritura, trascribo el poema para una doble lectura.
Retorno
La misma sonrisa
infantil
bajo el marzo, sangre
debilitada
en los labios.
Te amo una y mil veces.
Hoy has dicho mi
nombre. ¡Aleluya!
Pero mañana lo habrás olvidado
y te reirás de mi
entusiasmo,
de mi preocupación
pueril,
de este impulso de
besarme en tus labios
cuando dices mi
nombre.
Y sin embargo,
sé que me entiendes, y
me casticas
porque es tu amoroso
dolor.
Se apara el retorno,
rescato gradualmente el
aire que desplaza
y que llena de
prestigio antiguo el aliento
con tus cabellos
pálidos
el otoño besa un deseo
indefinido
y esto basta para
mentir
un tierno dolor que
ríe
y pasa la orilla de un
corazón,
como sin advertirlo.
Al fondo,
en un sueño de niños
sin nombre,
un coro se alegra de
este retorno,
fidelidad de un amor
que jamás se resigna a
la muerte.
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