7.08.2010
El rayo de Zeus, el Sol de Apolo y la caverna alumbrada
Es la violencia del lenguaje. La trama oculta y el pacto, en silencio, que otorgaron los dos dioses de la luz. Uno en su rayo violento, el otro en la delicadeza, en la fortuna de agrandar las formas y la palabra. Bien lo supo Prometeo, por ello no le bastó robar una flama, lo hizo en toda su violencia y el efímero. Más la caverna sigue oscura, El progreso no se afana de un proyecto dominador y positivista; tener la palabra es tener la manera de dominar los límites del mundo, su agonía. La llama, el rayo, sólo condicionó una vida "confortable" en la caverna; la palabra, el lenguaje, la grandeza de la luz te contiene en formas inherentes, infinitas, inabarcables. René Magritte lo entendió por entero. No sólo jugó con su destreza de las palabras y las cosas, sino que llevó a su poética a los límites de su lenguaje-poética, tanto de la pintura, de la palabra, de la cosa en sí misma. Con su forma y pincelada, los estadios salieron a la muestra del mundo, a sus fronteras. La llama sigue ahí, consumiéndose, con un fin anunciado y predecible; no obstante la obra se encuentra situada en el centro de la luz y sus designios y, salvo por una suerte de amapola, la pintura será eterna. El hombre se ufana de controlar la llama, de levantarla en la cima de la oscuridad. No tiene la fortuna de que mientras el mundo no se nombre, afuera seguirá estando intermedio el silencio, la sutileza, la llama y en al fondo, en la noche, el hombre y su miedo, su condición.
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