4.09.2016

El alma y el cuerpo

Columna Ochos en el piso de la soledad por el centenario de La sangre devota de Ramón López Velarde. Con el agradecimiento al cuerpo editorial del Imagen por la publicación.


La poesía hispanoamericana ha explotado con especial cariz la relación entre el alma y el cuerpo. Los valores epistémicos de época han conformado diversas direcciones de sentido. No se trata únicamente de elementos que atañen a lo corpóreo, sino de un concepto metafísico.
Dos imágenes-metáforas han reelaborado tales encuentros. La primera, el cuerpo es sólo una prisión del alma; ambas tienen una relación tenue y terrenal. La segunda, la belleza de la rosa que, en su fragancia y altura momentánea, le depara una conclusión no digna de su magnitud.   
Estas imágenes-metáforas han estado inmersas en representaciones poéticas. Baste recordar cómo la Emblemática dictaba pictura y poesis por la búsqueda de una lección. No obstante, las cuencas semánticas de cada tiempo proponen imágenes y devenires propios de sus autores. En los libros de exequias reales novohispanas, los emblemas con imágenes cadavéricas describen la separación de alma y cuerpo. Sus descripciones son por demás humanas, ya que intentan indicar que la trascendencia es por la idea. De allí que se hable de exempla de vida, en la redención de las almas.
La poesía de finales del siglo XIX y principios del XX volvió más oscura dicha relación. El ánima y su prisión no es ya una cuestión moral, aunque sí teológica. Se trata del concepto de la desesperación de una conciencia que encuentra su voz en el vacío, sin que esto signifique un sitial seguro o estable. Así, Ramón López Velarde cifró en versos su aullido, en “Un lacónico grito…”
La imagen del cuerpo y el alma se hacen presentes, en correlación dialéctica con la amada y su belleza:
Mi corazón te dice: “Rosa intacta,
vas dibujada en mí con un dibujo
incólume, e irradias en mi sombra
como un diamante en un raso de lujo”.
Mi corazón olvida
que engendrará al gusano
mayor, en una asfixia corrompida.
La lección lopezvelardeana no indica un ideal por establecer un mundo afable, que cuide el sentimiento moral. Lo que explora es la oscuridad de la metáfora, el discernimiento entre conciencia y cuerpo, que no se desvive por sí, sino en la blancura y anhelo.
Tú misma, blanca ala que te elevas
en mi horizonte, con las compostura
beata de las palomas de los púlpitos,
y que has compendiado en tu blancura
un anhelo infinito,
sólo serás en breve
un lacónico grito
y un desastre de plumas, cual rizada
y dispersada nieve.
Entonces, tanto el alma como el cuerpo son breves suspiros de un mundo abierto al vacío, no infinitud. Se trata del terror de la conciencia, que no encuentra seguridad, ni en las palabras, ni en la blancura de conciencia. Es el inicio de una voz nihilista, que por su grito transita en su pulcra soledad. 

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