Ochos en el piso de la soledad, columna por el centenario de La sangre devota de Ramón López Velarde. Con el agradecimiento al periódico Imagen por la publicación.
Ramón
López Velarde en gran parte de su obra dio guiños, en diferentes imágenes
poéticas, de anclar su predilección, tormento y devoción a una eterna señora:
Soledad. El tema, por su largo andamiaje en la tradición literaria, pudo haber
caído en lugares comunes, dada las implicaciones o tránsitos de canciones,
poemas, lais medievales, entre otros.
No obstante, para el jerezano tal concepto es abrigo para juegos del sentido,
que repercuten en ideas o tropos perfilados en el cariz de la propuesta del
poeta.
Soledad tiene varios
significados en la obra de Ramón López Velarde. El más evidente es el destino
que sus múltiples andanzas arroja, convirtiéndose así en la única compañera en
la zozobra de su tono y final. También, en su ópera magna, se refiere al territorio en que el tigre, feroz
soltero, escribe ochos en el infortunio infinito del desasosiego.
Quizá, de las imágenes
más ricas que entrega sobre tal propensión del tema es el fervor que muestra
Ramón López Velarde a Nuestra Señora de la Soledad. En el poema “A la patrona
de mi pueblo” se puede observar una conformación de visiones oscuras, en la
implantación prismática del autor. Así, el poeta describe:
Vestida de luto eres,
Nuestra Señora de la Soledad,
un triángulo sombrío
que preside la lúcida neblina
del valle; la arboleda que se arropa
de las cocinas en el humo lento;
la familiaridad de las montañas;
el caserío de estallante cal;
el bienestar oscuro del rebaño,
y la dicha radiante de los hombres.
La descripción es parecida a la
que realiza en “A mi prima Águeda”, pues se trata de una eterna congoja,
consolación y delirio. Ella es nave, es niebla y es lucero para los hombres en
tristeza. El recurso dialéctico es un guiño a las voces que en el Medioevo
realizara Gonzalo de Berceo. Sin embargo, el triángulo al que se refiere López
Velarde es además la conexión que, en su palabra y silencio, se une a la amada.
Confortándola a Ella, Tú me obligas
como si con la orla
dorada de tu manto,
agitases un soplo
del Paraíso a flor de mi conciencia.
Porque siempre un lucero
va a nacer de tus manos
para la hora en que Ella
te implore, Tú me tienes
comprado en cuerpo y alma.
De tal modo, Soledad
se convierte en la perpetua señora y patrona del poeta, pues abriga el concepto
del poeta. Ella es principio de sentidos. El vaticinio que busca, su final, es
cumplido:
y que me dejes ir en mi última década
a tu nave, cardíaco
o gotoso, y ya trémulo,
para elevarte mi oración asmática […].
Para
López Velarde Soledad es su dulce eternidad.
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