Ochos en el piso de la soledad, columna conmemorativa al centenario de La sangre devota por Ramón López Velarde. Con el agradecimiento al periódico Imagen por la publicación.
De los elementos que la
crítica y, en general, los lectores destacan de la obra de Ramón López Velarde
son la provincia y la ciudad. Ha sido tal el reconocimiento, que en varias
ocasiones diferentes instituciones han hecho actos y parafernalia por consagrar
estas ideas. El caso llegó a su máxima expresión cuando el sumo pontífice, en
referencia a uno de los poemas más célebres de La sangre devota, cumple el anhelo en cuerpo: escuchar el repique
de las campanas catedralicias.
No obstante, los conceptos de provincia y de ciudad
lopezvelardeanos son un juego de ambivalencias, que apuntan a referentes de
época, con registros por demás simbólicos. El prototipo de mitificación se
encontró en Francia, si bien se ofrendaban palabras a la oscura París,
encontraban en los bosques pánicos de pueblos alejados espacios libres en amor,
locura y tiempo. López Velarde observó ese vaivén e introdujo una simbolización
particular a la provincia mexicana.
En La sangre
devota ambos sitios son lugares en los que se pueden encontrar la saciedad
del hambre y la sed. La diferencia es la decadencia que de uno es
característico. El acomodo de los poemas devela. La primera aparición de la
ciudad es en “A la gracia primitiva de las aldeanas” de la siguiente manera:
Hambre y sed padezco: Siempre me he negado
a satisfacerme en los turbadores
gozos de ciudades –flores del pecado.
Esta hambre de amores y esta sed de ensueño
que se satisfagan en el ignorado
grupo de muchachas de un lugar pequeño.
Entonces, la visión de López Velarde
no es un lugar común: la ciudad es perversa, la provincia sana. En ambos hay
modo de salvar al cuerpo de sus clamores. El cambio y frescura del poeta es la
predilección por sortilegio de la aldea: “Amo vuestros hechizos provincianos”. Se
trata de una ensoñación mágica del espacio y sus mujeres. Por ello, el
siguiente poema exclama la razón de centro de su ciudad. El repique de campanas
–símbolo de unión entre la tierra y el cielo– es en las torres y el Templo, que
da centro del mundo. Anhela así al sumo pontífice su escucha, está en sazón.
López Velarde al final muestra:
Porque la cristiandad entonces clama
cual si fuese su queja más urgida
la vibración metálica,
y al concurrir ese clamor concéntrico
del bronce, en el ánima del ánima,
se siente que las aguas
del bautismo nos corren por los huesos
y otra vez nos penetran y nos lavan.
Su visión es la reiteración
de la escalas de Jacob, entre supra e inframundos. Símbolos por colmar el
fervor en las fauces corporales. En Zozobra
consolidará su horizonte: la eterna melancolía entre cabeza, cuerpos,
aldeas y ciudades.
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