La escritura poética de
Ramón López Velarde se encuentra llena de autorreferencias entre la tradición,
el metro y el tema. Su obra poética es una muestra de voces, donde se transita
por diferentes modos de versos y poemas. La voz del Modernismo se asoma en las
resonancias de una estructura medida, que aflora en imágenes y tonalidades.
Así, madrigales, octavas en endecasílabos, décimas, entre otros, revisten la sonoridad,
la imagen y la provincia.
Si bien, López Velarde mostró actitudes entre la
ruptura poética de su época, también consolidó y exploró formas clásicas del
verso. Prueba de ello son los sonetos clásicos, frente al soneto en
alejandrinos —quien Rubén Darío introdujo por vez primera. El poema clásico del
siglo de oro español por excelencia es el soneto. Con ya una larga tradición y
formas, venido del dolce stil nuovo
italiano, el soneto es una composición de catorce versos de once sílabas
–endecasílabos–, divididos en dos cuartetos y dos tercetos. Las rimas,
consonantes o asonantes, deben estar en la estructura ABBA.ABBA en los
cuartetos, mientras que en los tercetos varía, a razón del poeta. La innovación
del alejandrino es el cambio a versos de catorce sílabas.
En La sangre
devota hay tres sonetos en
alejandrinos y dos sonetos clásicos. De estos últimos, el primero que aparece
es “Para tus dedos ágiles y finos.”; un poema que demuestra tradición, visión
de provincia y una simbolización entre las imágenes de los versos y el mismo
poema.
En los dos cuartetos, la voz ofrenda loores a los
dedos y manos que aquella mujer de provincia. Su fascinación estética se cifra
en la delicada muestra en las labores, el recato sobre la mesa y la fabricación
de un pan, que salva y vivifica. En los tercetos siguientes se encuentra la
simbolización de la escritura lopezvelardeana, pues el soneto es referencia,
cuerpo y tributo:
Para gloria de Dios, en homenaje
a tu excelencia, mi soneto adorna
de tus manos plecaras el linaje,
y el soneto dichoso, en las esbeltas
falanges de tus índices se torna
una sortija de catorce vueltas.
Entonces la acción de
escritura y canto es a su vez una imagen que encierra o busca consolidar un
compromiso. El conocimiento de la tradición es notorio, pues la ofrenda es un
soneto en puesta en abismo, con tres nominaciones personales, hacia el
infinito. La primera es, que en gloria de Dios, se entregan los versos en
adorno a las falanges. Esto es la dedicatoria que se atisba en un título, que
pareciese incompleto, si no es porque se completa con la totalidad del texto.
La última es la infinitud del sonido, catorce vueltas de una sortija en
compromiso de amor, canto y perennidad.
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