Ochos en el piso de la soledad, columna por el centenario de La sangre devota de Ramón López Velarde. Con el agradecimiento al periódico Imagen por la publicación.
A la vista de los
acontecimientos, la muerte de Ramón López Velarde no deja de ser enigmática y
en suma una proposición poética. Lo es en tanto los registros de su vida
personal, como también los devenires de su vida laboral y política, detalles
significativos en su obra poética. En cualquier caso, lejos de convertirse en
una resolución de “autopsia”, el deceso del poeta se cifra en la soledad y la
melancolía.
Para 1820, López Velarde tenía en cierto modo una
posición favorable en el régimen político de su época. Su condición de
carrancista, a pesar de varias vicisitudes en otros grupos, lo hacían materia
dispuesta en ascenso a puestos de envergadura. No obstante, el asesinato del
presidente y el establecimiento de un nuevo régimen cambiaron considerablemente
su condición.
En 1821 el poeta se mostraba con pocas opciones,
ante su irrenunciable postura en asuntos políticos. Junto a ello, la zozobra
por su vida personal, en perspectiva, se colmó de repeticiones poéticas y de
predicciones cumplidas. Gabriel Zaid, en una de sus disertaciones, rescata el
suceso de cómo una gitana había leído la mano del jerezano, vaticinando una
muerte por asfixia.
Así, una tarde de junio en la ciudad de México,
López Velarde había tomado la merienda con algunos amigos en La Mallorquina. Después
realizó una caminata a la luz de la luna. Inusualmente para esas fechas, la
temperatura descendió. En aras de una propuesta a partir de una ficción, las
imágenes que recorrieron aquellos rumbos por el Ombligo de la Luna debieron ser
por la fatalidad, el Spleen de
aquella ciudad en sangre o la soledad de su alma, en ochos rasgados por la
infinitud. Su recorrido hace pensar en otro Tenebroso-Desdichado que ahogó su
cuello y voz en una calle cerca de Notre
Dame. Como trasfondo, el cumpleaños 33 del jerezano, que recordaba un
heroísmo redentor: el ofrecimiento de la voz, la sangre y el cuerpo.
Días después, a causa de una bronconeumonía
–enfermedad por cierto curable para alguien de su condición física– murió López
Velarde. Su amigo, el doctor Pedro de Alba, documentó la muerte. Más
interesante es encontrar atisbos de su deceso en su obra poética. De hecho al
final de Zozobra, en “Humildemente”,
poema dialógico con el Señor de los altares, la última estrofa es:
“Todo está de rodillas
y en el polvo las frentes;
mi vida es la amapola
pasional, y su tallo
doblégase efusivo
para morir debajo de tus ruedas”.
Más
allá del vaticinio de la gitana, se encuentra el designo del poeta, en su
metáfora. Una amapola efusiva, doblegada en su muerte y soledad, hace de
resignación ante la Zozobra: floreciente
en sus palabras y muerta por su respiración.
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