6.13.2016

La muerte de Ramón López Velarde

Ochos en el piso de la soledad, columna por el centenario de La sangre devota de Ramón López Velarde. Con el agradecimiento al periódico Imagen por la publicación. 


A la vista de los acontecimientos, la muerte de Ramón López Velarde no deja de ser enigmática y en suma una proposición poética. Lo es en tanto los registros de su vida personal, como también los devenires de su vida laboral y política, detalles significativos en su obra poética. En cualquier caso, lejos de convertirse en una resolución de “autopsia”, el deceso del poeta se cifra en la soledad y la melancolía.
Para 1820, López Velarde tenía en cierto modo una posición favorable en el régimen político de su época. Su condición de carrancista, a pesar de varias vicisitudes en otros grupos, lo hacían materia dispuesta en ascenso a puestos de envergadura. No obstante, el asesinato del presidente y el establecimiento de un nuevo régimen cambiaron considerablemente su condición.
En 1821 el poeta se mostraba con pocas opciones, ante su irrenunciable postura en asuntos políticos. Junto a ello, la zozobra por su vida personal, en perspectiva, se colmó de repeticiones poéticas y de predicciones cumplidas. Gabriel Zaid, en una de sus disertaciones, rescata el suceso de cómo una gitana había leído la mano del jerezano, vaticinando una muerte por asfixia.
Así, una tarde de junio en la ciudad de México, López Velarde había tomado la merienda con algunos amigos en La Mallorquina. Después realizó una caminata a la luz de la luna. Inusualmente para esas fechas, la temperatura descendió. En aras de una propuesta a partir de una ficción, las imágenes que recorrieron aquellos rumbos por el Ombligo de la Luna debieron ser por la fatalidad, el Spleen de aquella ciudad en sangre o la soledad de su alma, en ochos rasgados por la infinitud. Su recorrido hace pensar en otro Tenebroso-Desdichado que ahogó su cuello y voz en una calle cerca de Notre Dame. Como trasfondo, el cumpleaños 33 del jerezano, que recordaba un heroísmo redentor: el ofrecimiento de la voz, la sangre y el cuerpo.
Días después, a causa de una bronconeumonía –enfermedad por cierto curable para alguien de su condición física– murió López Velarde. Su amigo, el doctor Pedro de Alba, documentó la muerte. Más interesante es encontrar atisbos de su deceso en su obra poética. De hecho al final de Zozobra, en “Humildemente”, poema dialógico con el Señor de los altares, la última estrofa es:
“Todo está de rodillas
y en el polvo las frentes;
mi vida es la amapola
pasional, y su tallo
doblégase efusivo
para morir debajo de tus ruedas”.
Más allá del vaticinio de la gitana, se encuentra el designo del poeta, en su metáfora. Una amapola efusiva, doblegada en su muerte y soledad, hace de resignación ante la Zozobra: floreciente en sus palabras y muerta por su respiración. 

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