Ochos en el piso de la soledad, columna al centenario de La sangre devota de Ramón López Velarde. Con el agradecimiento al periódico Imagen por la publicación.
Resulta complejo escribir
sobre los últimos años de Ramón López Velarde, sin buscar no caer en los
lugares comunes o los hálitos de “indagación preciosista”, que al margen
entregan posiciones oficialistas. De esto, abundan reticencias e incluso malos
entendidos que, dichos en “La derrota de la palabra”, se cristalizaron para infortunio
de la obra del poeta.
Los poemarios impresos en vida por el jerezano son
La sangre devota (1916) y Zozobra (1919). Después, como cifra
quizá de un enigma poético, la publicación de un poema por demás laureado en
diversos espacios del país, escrito casi al final de sus días: “La suave
patria”.
¿Qué elementos se pueden encontrar del último
poema publicado por Ramón López Velarde? Los años finales del poeta están
centrados en el contexto del centenario de la consumación de la Independencia,
la caída del régimen carrancista y el devenir de su vida ante circunstancias de
índole personal. De allí que en su escritura y actividad se puedan notar
perspectivas en diferentes caminos.
Al respecto, Gabriel Zaid en “Aclaraciones sobre
López Velarde” ofrece datos interesantes con respecto a la situación del poeta.
Si con el gobierno de Venustiano Carranza el jerezano tenía posibilidades de
mejorar su condición económica, el asesinato del revolucionario significó la
caída de sus pretensiones por obtener algún cargo que le ofreciera
remuneración. Del 20 de mayo de 1920 a su muerte, López Velarde trabajó en su
cátedra de Literatura y en la revista El
Maestro. Estos datos encierran, por sí mismos, la condición de su final
producción poética.
El contexto del centenario de la consumación de la
Independencia, como doble ironía a tal fecha, distó del que sucedió diez años
antes. En el vuelco político y literario proliferaron voces que buscaron disidencias
o posturas. Si tras el vuelco de cien años de un país que se denomina
“Independiente” son casi naturales los vuelcos revisionistas; más complejo es
si se agregan cuatro centenas de la caída de Tenochtitlán y el complejo
problema de la identidad en el sincretismo de dos Mundos. Ante ello, cinco años
de nueva Constitución y ciclos en el vaivén entreabierto por la civilidad y el
fuego.
¿Cómo entender “La suave patria” en su contexto? Su
escritura se extiende en un momento crucial, no es sólo un motivo de ocasión.
En la revista El Maestro en el mismo
año se publicó también otro texto que irradia al poema: “La novedad de la
patria”. En ambos se delata su pensamiento, son obras complementarias en dos
tránsitos de escritura, verso y prosa. La estructura, las ideas e incluso el
uso de palabras lo indican. “Novedad de la patria” inicia:
"En el descanso material del país, en treinta años de paz,
coadyuvó a la idea de una patria pomposa, multimillonaria, honorable en el
presente y epopéyica en el pasado. Han sido precisos los años del sufrimiento
para concebir una patria menos externa, más modesta y probablemente más
preciosa."
En el poema “La suave patria” se repite el concepto
epoyeya-epopéyica, con el fin de cifrar un heroísmo que se mira al pasado:
Yo que sólo canté de la exquisita
partitura del íntimo decoro,
alzo la voz a la mitad del foro
a la manera del tenor que imita
la gutural modulación del bajo,
para cortar a la epopeya un gajo.
En el segundo y tercer párrafo de la
prosa se está en busca de una posible definición de “patria”, tropo indicado en
ambos títulos:
"¿Qué mucho, pues, que falten los poetas épicos
hacia afuera?
"Correlativamente, nuestro concepto de la patria
es hoy hacia dentro. Las rectificaciones de la experiencia, contrayendo a la
justa medida la fama de nuestras glorias sobre españoles, yanquis y franceses,
y la celebridad de nuestro republicanismo, nos ha revelado una patria, no histórica
ni política, sino íntima."
La miramos hecha para la vida de cada uno.
Individual, sensual, resignada, llena de estos, inmune a la afrente, así la
cubran de sal. Casi la confundimos con la tierra.
La tercera estrofa del poema indica:
Diré con una épica sordina:
la patria es impecable y diamantina.
Las palabras íntima y épica abatiendo
las mismas ideas, con diferencia del endecasílabo. Su “Casi la confundimos con
la tierra” no es gratuito con los primeros versos del “Primer Acto”. Y en la búsqueda de la identidad, la
exhortación:
"Hijos pródigos de una patria que ni siquiera sabemos
definir, empezamos a observarla. Castellana y morisca, rayada de azteca, una
vez que raspamos de su cuerpo las pinturas de olla de sindicato, ofrece
–digámoslo con una de esas locuciones pícaras de la vida airada– el café con
leche de su piel."
Más allá de entonar voces sin
sentido, la idea de “patria” para López Velarde es el sincretismo, la
colaboración multicultural en que no se ha reconocido —todavía ahora. Prueba de
ello sigue siendo el ímpetu oficialista por reconocer una historiografía de
“bronce”, con sus 300 años de oscuridad y la luz, sobre el ara, en apoteosis de
la historia. Contradicción aún latente. De allí la visión con Cuauhtémoc:
Anacrónicamente, absurdamente,
a tu nopal inclínase el rosal;
el idioma del blanco, tú lo imantas
y es surtidor de católica fuente
que de responsos llena el victorial
zócalo de cenizas de tus plantas.
Más líneas podrían
debatirse entre las visiones antedichas. Más si es el punto final de una
carrera poética, entre la publicación en El
Maestro el 24 de abril y su muerte el 19 de junio de 1921. Con ello, la recepción en sus múltiples
sentidos.
A poco menos del centenario de “La suave patria” y
de la muerte del poeta es menester la pregunta: ¿cuán vigente se encuentra la
obra de Ramón López Velarde? No es sólo el devenir nacionalista, es el
encuentro de una poesía y prosa que navega como su candil. En “Novedad de la
patria” el jerezano cuestionaba: “¿Cómo interpretar, a sangre fría, nuestra
urbanidad genuina, melosa, sirviendo de fondo a la violencia, y encima las
germinaciones actuales, azarosas al modo de semillas de azotea?” Sus palabras y
silencios siguen en el andar de los ochos en el piso de nuestra soledad.
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