Ochos en el piso de la soledad, columna al centenario de La sangre devota de Ramón López Velarde. Con el agradecimiento al periódico Imagen por la publicación.
Es el interés por describir
un espacio con su personaje uno de los primeros recursos poéticos que se
perciben en la etapa inicial de los versos de Ramón López Velarde. Es casi como
la formulación de un retrato mediante palabras. Ya, en la descripción del
paisaje y el ambiente, los destinos del poema corren en diversas fortunas.
La mujer
descrita en La sangre devota es
aquella dama solitaria, en su perenne vaivén de la provincia o la doncella
inocente, pura y salvadora, renovada dona
angelicata. En ambas, jamás habrá consumación, tan sólo la contemplación
del poeta y su amplio venero de sueños.
Ramón López Velarde no sólo tiene afición por la ciudad
provinciana y sus senderos. Es la mitificación de una vida llena de costumbres,
que lejos de añorar la modernidad, se reinventan en su cúmulo incansable del
alba y las estaciones de un año, que no importan.
“La tejedora” se propone como el poema que, en las
débiles manos de la dama, otorga nacimiento y renovación al mundo. La imagen
pareciera ya un tropo sagaz del Finisterra:
dama entre el silencio del atardecer y la lluvia cayendo, rayos que por
instantes iluminan penumbras de olvido.
En esa soledad y mutismo, cae el fervor
lopezvelardeano.
¡Oh, yo podría poner mis manos
sobre tus hombros de novicia
y sacudirte en loco vértice
por lograr que cayese sobre mí tu caricia,
cual se sacude el árbol prócer […].
El anhelo corre por dos direcciones.
Una, las definiciones mujeriles del jerezano con la doncella virgen. Por ello
el amplio uso de madrigales. También, el secreto al que jamás logrará llegar el
poeta:
Pero pareces balbucir,
toda callada y elocuente:
“Soy un frágil otoño que teme maltratarse”
e infiltras una casta quietud convaleciente
y se te ama en una tutela suave y leal,
como a una párvula enfermiza
hallada por el bosque un día de vendaval.
La otra dirección: poesía,
significado y música. López Velarde reconstruye el crujir de las agujas, la inercia
de las penas y el ciclo melodioso, palingenésico.
Tejedora: teje en tu hilo
la inercia de mi sueño y tu ilusión confiada;
teje el silencio; teje la sílaba medrosa
que cruza nuestros labios y que no dice nada;
teje la fluida voz del Ángelus
con el crujido de las puertas:
teje la sístole y el diástole
de los penados corazones
que en la penumbra están alertas.
El
eterno manto que realiza la tejedora es el corazón ensangrentado, cual manto de
Verónica, la dolencia del poeta. En el andar y diseño de la efigie femenina, se
impone la confirmación de Ramón López Velarde entre ánimas y divagaciones. Él
va entre el atardecer “a través de una cortina ideal / de lágrimas, en tanto
que tejes dicha y luto / en un limbo sentimental”.