11.07.2016

La estrella del Orfeo provincial

Ochos en el piso de la soledad, columna al centenario de La sangre devota de Ramón López Velarde. Con el agradecimiento al periódico Imagen por la publicación. 



Orfeo es un personaje mítico de la antigua Grecia. Viudo cantor, su melodía venció a los infiernos, pero no a su impulso y deseos. Su nombre, según Fulgencio y citado por Giovanni Boccaccio, es casi como orenphone que significa «la mejor vos».
Viene, en su descripción mítica, siempre acompañado por una estrella. Tal sentido se debe a dos razones. Uno, luego de su muerte por las bacantes, la lira fue llevada al cielo y colocada en el empíreo móvil. El segundo, ya en la interpretación de la astrología judiciaria, la estrella es el rasgo característico de ser hijo del sol.
Han sido muchos poetas que han retomado la figura de Orfeo. Músicos de la palabra, son eternos enamorados y plausibles sonoros a la soledad. La muerte los ha invadido, en funesta y juvenil hora. Del siglo XIX, sobresale Gerard de Nerval, un renovado príncipe de Aquitania a la que su única estrella ha muerto.
Ramón López Velarde es sin duda el solitario músico, en desiertos e idilios salvajes. Sus bacantes son sus deseos insatisfechos. La soledad, su eterna señora. En La sangre devota dedica un poema en endecasílabos a su astro radiante. Se trata de “Por este sombrío estilo”, escrito el 14 de septiembre de 1915.
El texto indica una propensa línea entre la esfera brillante y el poeta. Se forja  un concepto graciano en el que las figuras dicen, los aromas callan y las palabras ilustran. El sentido es el «azahar», medrosa flor blanca con aroma cítrico, que en la presencia poética se trina en el silencio de las tinieblas.
Ahí el esquema de la voz: luto y encaje en “su mutismo de venero de palabras”. Ante la descripción, el poeta alude:
Por este suspirante y sobrio estilo
de amor, te reverencio, estrella fiel
que gustas de enlutarte; generoso
y escondido azahar; caritativa
madurez que presides mis treinta años
con la abnegada castidad de un búcaro […].
Es por demás interesante la imposición en vaticinio del poeta. A la escritura del texto, apenas si contaba con 27 y sólo un año después se publicó el poemario íntegro. La voz del poeta resonó en su castidad, marcada por lo rojizo de su fervor. La estrella se configuró en seña y signo del solitario: “[…] que en las manos llevas / mi vida como objeto de tu arte!”
En su poesía y en sus hechos, Ramón López Velarde creyó en el poder de las palabras y la adivinación. En estrellas o en la palma de una mano, su designo:
Estrella y azahar: que te marchites
mecida en una paz celibataria
y que agonices como un lucero
que se extinguiese en el verdor de un prado
o como flor que se transfigurase
en el ocaso azul, como en un lecho.

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