1.10.2017

De 'La sangre devota' a 'Zozobra'

Ochos en el piso de la soledad, columna conmemorativa a La sangre devota de Ramón López Velarde. Con el agradecimiento al periódico Imagen por la publicación. 



Entre La sangre devota (1916) y Zozobra (1919) no únicamente median tres años, también se consolidan etapas, conciencias, pensamientos y formas estéticas de pensar al poema. Del primero, al menos se constatan seis años de su elaboración, por lo que se suscribe entre miras al pasado, con rupturas ya asiduas, eficaces. Son tres los temas que en ambos libros se presentan: el eterno femenino, la soledad y el misticismo en el entorno lopezvelardeano.
Con respecto al primero, sin lugar a dudas no se puede concebir la obra del jerezano sin la presencia de su femme fatale. El orden de los poemas responde a una valoración cíclica, que denota la trasformación del sentir y su portento amoroso. En La sangre devota el inicio es festivo, con un madrigal idílico a Fuensanta; su final es pesaroso y melancólico, en las fauces lóbregas del pasado incapaz de cambiarse, ante un presente y futuro que ya no es. En Zozobra, el primer texto es la plena marca de la tristeza, la recalcitrante Spleen lopezvelardeana; el cierre, un testamento de sus fuerzas poéticas y los deseos no reprimidos, sino imposibles. Por ello su canto es como un Jano de la zozobra, pasado y destino melancólico:
Yo también supe antaño de la bondad del cielo
que en mi acerbos pésames llovía […].
La soledad es, en doble ironía del Desdichado, el acompañamiento sonoro de las obras de López Velarde. No obstante, entre La sangre devota y Zozobra, tal tropo muestra cambios entre la solemnidad y el desgarramiento. En el primer libro, toma forma de mujer beatífica: es la Señora de la Soledad, virgen y madre que se impone en las alabanzas del jerezano. En cambio, el rostro de la acompañante en su segunda publicación es más una terrible doncella, inalcanzable, mortuoria.
Esperanza, los astros en que titila el verde
son el feudo en que moras y en que tu luz se pierde.
El misticismo del entorno es quizá de las aportaciones de Ramón López Velarde que renovó la tradición poética en México. La visión de su espacio provinciano es total, puesto que no se trata de un panegírico lugareño, sino la ofrenda caínica de un sitio que se levanta como el testigo voraz del sueño, el silencio y el destierro. Los cantos del primer poemario, más allá de lo donoso, muestran la predilección del bosque místico, en el relieve por el Templo en su piedra de Bethel. En Zozobra, es un Fiat lux de su instinto y el sentido. En ambos persiste el terrible piso en que el campanero reinventa su dolor.
Ambos son un encuentro de métrica y ritmo, junto a la obsesiva imagen. Sólo que uno reafirma la tradición y la converge, el otro juega, da atisbos de un nuevo porvenir.

No hay comentarios: