Ochos en el piso de la soledad, columna conmemorativa a La sangre devota de Ramón López Velarde. Con el agradecimiento al periódico Imagen por la publicación.
De los tropos literarios de la
poesía lopezvelardeana, la escritura es parte de una interiorización. En “Obra
maestra” hace, en cuestionamiento por la enmendadura de la plana de la
fecundidad, la recreación de un momento de escritura: tomar el lápiz y temblar
ante el riesgo del sacrilegio. Es un acto de plena sinceridad, compromiso y
entrega a sus anhelos.
En La sangre devota
la escritura es utilizada como múltiples objetos, presente entre l la soledad,
el amor y la muerte. Son tres momentos en los que claramente se observa esta
doble caracterización. Por un lado teoriza con la forma del poema o la
escritura, junto con el motivo poético que implica, un arte poética.
El poema “En las tinieblas húmedas…” se manifiesta el acto
de escritura, con una simpleza en su nominación –renglones–, aunque sí una
magnetósfera de resonancia en la lectura de su destinatario.
Me emboza en la tupida oscuridad, y pienso
para ti estos renglones, cuya rima recóndita
has de advertir en una pronta adivinación
porque son como pétalos nocturnos; que te
llevan
un mensaje de un singular calosfrío;
y en las tinieblas húmedas me recojo, y te
mando
estas sílabas frágiles en tropel, como ráfaga
de misterio, al umbral de tu espíritu en vela.
El ideal del poema para López
Velarde, como imago tangible y
reconocible, es al igual que su ideal estético: vetusto, doncel, provinciano y
místico. En “Poema de vejez y amor” realiza un símil en primer lugar con el
encantamiento de Fuensanta y con la descripción de su espacio.
Yo te digo en verdad, buena Fuensanta,
que tu voz es un verso que se canta
a la Virgen […].
Los muebles están bien en la suprema
vetustez del elegante poema.
Las arcas se conservan olorosas
a las frutas guardadas;
el sofá de los muslos
salomónicos de las desposadas;
entre un adorno artificial de rosas
surgen, en un ambiente desteñido,
las piadosas pinturas polvorientas;
y el casto lecho que pudiera ser
para las almas núbiles un nido,
nos invita a las nupcias incruentas
y es el mismo, Fuensanta, en que se amaron
las parejas eróticas de ayer.
El poema es cuerpo, simbolismo de El Cantar y convite a la plena
consumación. De allí que en el soneto “Para tus dedos ágiles y finos” considere
los versos la mayor señal de la unión conyugal.
Para la gloria de Dios, en homenaje
a tu excelencia, mi soneto adorna
de tus manos preclaras el linaje,
y el soneto dichoso, en las esbeltas
falanges de tus índices se torna
una sortija de catorce vueltas.
Consumación
que al final de su evocación es un rasgo del anhelo, parte de su verdadera ópera magna.
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