Ochos en el piso de la soledad, columna por el centenario de la publicación de La sangre devota de Ramón López Velarde. Con mis más sinceros agradecimientos por el periódico Imagen por la inclusión y deferencia.
En Notas sobre poesía, José Gorostiza argumenta que si el poeta nace,
también debe hacerse. Así, el misterio de la poesía radica en la imposibilidad
de su definición, aunque sí en su posibilidad de apreciación. Por ello, Gorostiza
insiste en que la poesía puede entenderse como una investigación de las
esencias humanas: amor, muerte, delirio. El poema, como unidad de medida de la
poesía, se rige como las reglas del ajedrez: éstas no oprimen los movimientos
del jugador, sino que, en destreza de sapiencia
hacia el Jaque Mate, tiene una
infinidad de movimientos y virtudes. Sólo hace falta reconocer el prodigio.
El «Oficio
del Poeta» consiste en entablar dichas
posibilidades del juego, el ir y venir de la palabra, en el terreno de la
musicalidad. En este sentido, Ramón López Velarde operó en una fábrica de
palabras que entabla la medida justa y lírica.
El libro La sangre devota fue publicado en enero
de 1916 por la editorial de Revistas de
Revistas —antecedente del periódico Excélsior.
No obstante, el poemario llevaba al menos cinco años por la propia mano del
crítico-autor. De tal trabajo quedan constancias de algunas primeras versiones,
aparecidas en otros impresos.
Entre
ellos se encuentra el poema “Y pensar que pudimos…”. Una primera versión
apareció en La Nación el 24 de junio
de 1912, con el título “Rumbo al olvido”. Es decir, entre cada fecha de
publicación, al menos cuatro años de maduración y observancia se llevan ambos
poemas. Además de la temática y tratamiento, dos similitudes tácitas de pueden
apreciar: los versos de “Y pensar que extraviamos” junto a “Y pensar que
pudimos”, éste último como sonata que se convertirá en el estribillo y título;
a su vez la formulación de versos heptasílabos y endecasílabos.
“Rumbo al
olvido” consta de seis estrofas, marcadas por la métrica y rima, sin embargo,
en cierto modo, desiguales en su estructura. “Y pensar que pudimos” es un poema
de cuatro estrofas, las tres primeras con versos heptasílabos y el final
endecasílabo. La estrofa final es la muestra de la tesitura, el buen sentido
musical y semántico. En “Rumbo al olvido” se observa en la cuarta estrofa:
Y pensar que pudimos,
al acercarse el fin de la jornada,
alumbrar la vejez en una dulce
conjunción de existencias,
contemplando, en la noche ilusionada,
el cintilar perenne del Zodíaco
sobre la sombra de nuestras conciencias…
En “Y pensar que pudimos” se contempla
una mayor alternancia y mejora de palabras y silencios.
Y pensar que pudimos,
al rendir la jornada,
desde la sosegada
sombra de tu portal y en una suave
conjunción de existencias,
ver las cintilaciones del zodíaco
sobre la sombra de nuestras conciencias…
Mayor
ritmo y armonía entre palabra y sentido: el «Oficio
del Poeta».
No hay comentarios:
Publicar un comentario