2.14.2016

El Oficio del Poeta

Ochos en el piso de la soledad, columna por el centenario de la publicación de La sangre devota de Ramón López Velarde. Con mis más sinceros agradecimientos por el periódico Imagen por la inclusión y deferencia.


En Notas sobre poesía, José Gorostiza argumenta que si el poeta nace, también debe hacerse. Así, el misterio de la poesía radica en la imposibilidad de su definición, aunque sí en su posibilidad de apreciación. Por ello, Gorostiza insiste en que la poesía puede entenderse como una investigación de las esencias humanas: amor, muerte, delirio. El poema, como unidad de medida de la poesía, se rige como las reglas del ajedrez: éstas no oprimen los movimientos del jugador, sino que, en destreza de sapiencia hacia el Jaque Mate, tiene una infinidad de movimientos y virtudes. Sólo hace falta reconocer el prodigio.
El «Oficio del Poeta» consiste en entablar dichas posibilidades del juego, el ir y venir de la palabra, en el terreno de la musicalidad. En este sentido, Ramón López Velarde operó en una fábrica de palabras que entabla la medida justa y lírica.
El libro La sangre devota fue publicado en enero de 1916 por la editorial de Revistas de Revistas —antecedente del periódico Excélsior. No obstante, el poemario llevaba al menos cinco años por la propia mano del crítico-autor. De tal trabajo quedan constancias de algunas primeras versiones, aparecidas en otros impresos.
Entre ellos se encuentra el poema “Y pensar que pudimos…”. Una primera versión apareció en La Nación el 24 de junio de 1912, con el título “Rumbo al olvido”. Es decir, entre cada fecha de publicación, al menos cuatro años de maduración y observancia se llevan ambos poemas. Además de la temática y tratamiento, dos similitudes tácitas de pueden apreciar: los versos de “Y pensar que extraviamos” junto a “Y pensar que pudimos”, éste último como sonata que se convertirá en el estribillo y título; a su vez la formulación de versos heptasílabos y endecasílabos.
“Rumbo al olvido” consta de seis estrofas, marcadas por la métrica y rima, sin embargo, en cierto modo, desiguales en su estructura. “Y pensar que pudimos” es un poema de cuatro estrofas, las tres primeras con versos heptasílabos y el final endecasílabo. La estrofa final es la muestra de la tesitura, el buen sentido musical y semántico. En “Rumbo al olvido” se observa en la cuarta estrofa:
Y pensar que pudimos,
al acercarse el fin de la jornada,
alumbrar la vejez en una dulce
conjunción de existencias,
contemplando, en la noche ilusionada,
el cintilar perenne del Zodíaco
sobre la sombra de nuestras conciencias…
En “Y pensar que pudimos” se contempla una mayor alternancia y mejora de palabras y silencios.
Y pensar que pudimos,
al rendir la jornada,
desde la sosegada
sombra de tu portal y en una suave
conjunción de existencias,
ver las cintilaciones del zodíaco
sobre la sombra de nuestras conciencias…
Mayor ritmo y armonía entre palabra y sentido: el «Oficio del Poeta».

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