Entrega V: Ochos en el piso de la soledad, columna al centenario de La sangre devota de Ramón López Velarde. Con el agradecimiento al Periódico Imagen por la publicación.
De Caín y Seth se derivan,
según la tradición judeocristiana, dos genealogías, sistemas de valores. Del
tercer hijo de Adán y Eva proceden los redimidos en líneas que constarán el
linaje de David y Salomón, los planos del Tabernáculo y su Templo, hasta el
nuevo ciclo del Hijo del hombre.
La casta de Caín propone un sendero marcado por la
letra judicial. Destinados al trabajo, sus devenires estimaron una búsqueda por
el arte, entendido como una técnica.
De allí el primer hombre que escribe, el inventor de la cítara o el maestro
constructor del Templo, de la tribu de Neftalí, quien fuera besado por la reina
de Saba.
Si bien, la exégesis de este proceso marcó pautas en
muchos sentidos, es entre los siglos XIX y XX cuando varios autores
reinterpretaron la genealogía y, con ello, sus condiciones mítico-poéticas. Tal
interpretación estableció directrices por la tragedia del héroe malogrado y una
postura ante la cultura, considerada Spleen-Zozobra.
No se trataba de señalar o derrocar la tradición judeocristiana, con sus
instituciones por demás consolidadas, sino de abrazar el dogma y transgredirlo
desde sus entrañas.
En ejercicio de Literatura Comparada, dos casos se
pueden analizar con el desliz del «Beso
inaccesible de la Reina», junto a la
estirpe judicial y melancólica del poeta. Gerard de Nerval, al inicio de su
poemario Les Chimères (Las Quimeras), enjuiciaba su proposición
como «El Desdichado» sin nombre:
Je suis le Ténébreux, -le Veuf,- l’Inconsolé,
Le Prince d’Aquitaine à la Tour abolie:
Ma seule Étoile est morte, -et mon luth
constellé
Porte le Soleil noir de la Mélancolie.
(Yo soy
el Tenebroso, -el Viudo-, el sin consuelo,
Príncipe
de Aquitania de la Torre abolida:
Mi sola
Estrella ha muerto y mi laúd constelado
también
lleva el Sol negro de la Melancolía.)
Ramón López Velarde en “Ser una
casta pequeñez…” expone la añoranza por la inocencia de «Nadie», aquel
sin nombre que ignora cualquier condición, cualquier inmanencia del Amor. En
ambos poetas se denota el linaje bajo, triste. Como condición de época, sus dos
frentes reciben el beso de su Soberana –“Mon front est rouge encore du baiser
de la Reine” (Mi frente aún está roja por
el beso de la Reina)– frente a la añoranza del Templo, el primero con Torre
abolida, el segundo en metáfora del cuerpo femenino.
Yo, sintiéndome bien en la aromática
vecindad de tus hombros y en la limpia
fragancia de tus brazos,
te diría quererte más allá de las torres
gemelas.
Dejarías entonces en la bárbara
novedad de mi frente
el beso inaccesible
a mi experiencia licenciosa y fúnebre.
Los
dos poetas se revelan como dos “Tristes” en su baja condición, estirpe maldita.
Llevan consigo en la frente la marca judicial, reconocible y fúnebre.
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