Entrega IV: Ochos en el piso de la soledad, al centenario de la publicación de La sangre devota de Ramón López Velarde. Con el agradecimiento al periódico Imagen por la publicación.
Se dice que Ramón López
Velarde conoció el mar únicamente por la palabra. Dicha enunciación resulta una
imagen poética: reconocer la implantación de un retrato de palabras que no han
sido amueblados por la vista del poeta. Más aún si en varias ocasiones este
concepto fue hecho tropo visible versos.
Dos poemas de La
sangre devota reflejan ese sentimiento o lejanía de una postura ante las
olas jamás vistas, aunque sí nombradas. Curiosamente se encuentran consecutivos
en el poemario. Además, guardan entre ambos una relación pictórica y temática,
esgrimida en la conciencia del autor.
El primero, más evidente y quizá con mayor
comentarios por la crítica al respecto, es “En el piélago veleidoso”. Desde el
primer verso, se encuentra la inmersión del poeta –en símil de delfín– sobre la
totalidad y desencuentro de la sirena. La imagen del mar se equipara a la
totalidad de sentimientos intrusos o de lejanía. Por ello, la idea que López
Velarde anuncia del mar es la melancolía, que no termina, sino que está ahí,
hace que flote el zambullido de palabras.
Porque sobre ella fui como una suma
de nostalgias y arraigos, y sobre ella
me sentí, en altar mar,
más de viaje que nunca y más fincado
en la palma de aquella mano impar.
Sobre esta idea, el poema
precedente es “Hermana, hazme llorar…”. Se trata de un texto que cifra la efigie
y relación de López Velarde con Fuensanta, así como su ilusión y tesitura con
el «Piélago veleidoso». En los primeros versos, el poeta
jerezano le pide a su “Hermana”: “dame todas las lágrimas del mar”.
De tal modo, el tema de la zozobra lopezvelardeana con
respecto al piélago va conjugando un perfil particular. Se refiere al concepto
semántico que emana el verso, dirigido hacia su tristeza por la ausencia de la
última sirena. No obstante, con Ramón López Velarde se debe también contar con
el sonido. De allí que se formen aliteraciones, en la lectura en voz alta, con
múltiples significaciones, en donde se reconocen figuras precisas, relativas al
hambre y sed que caracterizan al poeta.
Fuensanta:
¿tú conoces el mar?
Dicen que es menos grande y menos hondo
que el pesar.
Yo no sé ni por qué quiero llorar:
Será tal vez por el pesar que escondo,
Tal vez por mi infinita sed de amar.
De
tal juego, en porvenires poéticos, Gilberto Owen contará su bitácora en aquel
“Día siete” de Febrero con el borracho de ron y de silencios: “me sabe amar, me
sabe a mar colérico en los mástiles”. En tales devenires, en la lectura en voz
alta, se escucha la tesitura del juego de la aliteración: «Mar-Amar», dos cosas que Ramón López Velarde conoció únicamente por la
palabra.
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