Columna Ochos en el piso de la soledad, en conmemoración del centenario de La sangre devota por Ramón López Velarde. Aparece en Periódico Imagen.
La poesía hispanoamericana
a finales del siglos XIX tuvo una de las más importantes reformulaciones en lo
que tiene que ver con el verso “Alejandrino” —es decir, un verso de catorce
sílabas. El nicaragüense Rubén Darío, influido por la lírica francesa,
sustituyó la fuerza de dicha estructura de verso, con proporciones en nuevas
fronteras, asistido en forma de soneto.
Tal variante, que se puede comprobar en el “Soneto
Autumnal…”, marcó una tendencia en el arte modernista. Se trata de una
trasformación del soneto clásico a un poema de catorce versos –dividido en dos
cuartetos y dos tercetos– en Alejandrinos con dos hemisticios cada uno. Además,
desarrolló cambios en distintos golpes de sílabas tónicas, entre segunda,
tercera, cuarta, sexta, décima o décimotercera, que otorgan al poema una
singular melodía: “Había
mucho frío y erraba vulgar gente. / El
chorro de agua de Verlaine estaba mudo”.
De los receptores con amplia finura en el soneto
en Alejandrino se encuentra Ramón López Velarde. De hecho, cuando hablara del
“cetro y la corona” en texto crítico, el poeta jerezano expuso su lectura y
reconocimiento entre Rubén Darío –al que llama Hierofante– junto a Leopoldo
Lugones.
Dos sonetos Alejandrinos se encuentran en La sangre devota: “Domingos de
provincia” y “Del pueblo natal” son los versos que identifican ese seguimiento
por el verso de catorce sílabas y su influencia en la lírica francesa. De los
dos se debe destacar que manifiestan el desliz poético por la provincia, las
aldeanas y el simbolismo del “hambre y sed” que padece el jerezano.
Cabe decir que Ramón López Velarde sigue los
linderos poéticos abiertos por el nicaragüense, al establecer versos Alejandrinos
en tercera, sexta, décima y décimotercera:
En los claros
domingos de mi pueblo, es costumbre
que en la Plaza
descubran las gentiles cabezas
las mozas,
y sus ojos reflejan dulcedumbre
y la banda
en el Kiosco toca lánguidas piezas.
Así, en “Domingos de provincia”,
Ramón López Velarde alterna golpes que conceden pausa y singularidad melodiosa.
Su exploración poética se abre y se hace consiente en otros ejercicios:
Ingenuas
provincianas: cuando mi vida se halle
desahuciada
por todos, iré por los caminos
por donde
vais cantando los más sonoros trinos
y en fraternal
confianza ceñiré vuestro talle.
En
“Del pueblo natal” se notan golpes en segunda, cuarta, undécima y décimotercera,
así como en cuarta, sexta, décima y décimocuarta. En tesitura de pausas y
sonido, Ramón López Velarde construye un templo a la sonoridad, vaivén de tradición,
poética de su siglo y temáticas. Finalmente, cabe mencionar que con las
palabras esdrújulas tuvo un especial cuidado, “A la hora del Ángelus, cuando
vais por la calle”; así su verso a mediodía se construyó en espectro luminoso.
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