2.29.2016

Rubén Darío, López Velarde y el Soneto Alejandrino

Columna Ochos en el piso de la soledad, en conmemoración del centenario de La sangre devota por Ramón López Velarde. Aparece en Periódico Imagen


La poesía hispanoamericana a finales del siglos XIX tuvo una de las más importantes reformulaciones en lo que tiene que ver con el verso “Alejandrino” —es decir, un verso de catorce sílabas. El nicaragüense Rubén Darío, influido por la lírica francesa, sustituyó la fuerza de dicha estructura de verso, con proporciones en nuevas fronteras, asistido en forma de soneto.
Tal variante, que se puede comprobar en el “Soneto Autumnal…”, marcó una tendencia en el arte modernista. Se trata de una trasformación del soneto clásico a un poema de catorce versos –dividido en dos cuartetos y dos tercetos– en Alejandrinos con dos hemisticios cada uno. Además, desarrolló cambios en distintos golpes de sílabas tónicas, entre segunda, tercera, cuarta, sexta, décima o décimotercera, que otorgan al poema una singular melodía: Había mucho frío y erraba vulgar gente. / El chorro de agua de Verlaine estaba mudo”.
De los receptores con amplia finura en el soneto en Alejandrino se encuentra Ramón López Velarde. De hecho, cuando hablara del “cetro y la corona” en texto crítico, el poeta jerezano expuso su lectura y reconocimiento entre Rubén Darío –al que llama Hierofante– junto a Leopoldo Lugones.
Dos sonetos Alejandrinos se encuentran en La sangre devota: “Domingos de provincia” y “Del pueblo natal” son los versos que identifican ese seguimiento por el verso de catorce sílabas y su influencia en la lírica francesa. De los dos se debe destacar que manifiestan el desliz poético por la provincia, las aldeanas y el simbolismo del “hambre y sed” que padece el jerezano.
Cabe decir que Ramón López Velarde sigue los linderos poéticos abiertos por el nicaragüense, al establecer versos Alejandrinos en tercera, sexta, décima y décimotercera:
En los claros domingos de mi pueblo, es costumbre
que en la Plaza descubran las gentiles cabezas
las mozas, y sus ojos reflejan dulcedumbre
y la banda en el Kiosco toca lánguidas piezas.
Así, en “Domingos de provincia”, Ramón López Velarde alterna golpes que conceden pausa y singularidad melodiosa. Su exploración poética se abre y se hace consiente en otros ejercicios:
Ingenuas provincianas: cuando mi vida se halle
desahuciada por todos, i por los caminos
por donde vais cantando los más sonoros trinos
y en fraternal confianza ceñi vuestro talle.
En “Del pueblo natal” se notan golpes en segunda, cuarta, undécima y décimotercera, así como en cuarta, sexta, décima y décimocuarta. En tesitura de pausas y sonido, Ramón López Velarde construye un templo a la sonoridad, vaivén de tradición, poética de su siglo y temáticas. Finalmente, cabe mencionar que con las palabras esdrújulas tuvo un especial cuidado, “A la hora del Ángelus, cuando vais por la calle”; así su verso a mediodía se construyó en espectro luminoso.

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