1.26.2009

De la primera palabra y el poeta

Dirás que estoy repitiendo
algo que ya he dicho antes. Volveré a decirlo.
¿Volveré a decirlo? Para llegar allá,
para llegar a donde estás, para salir de donde no estás,
debes ir por un camino donde no existe éxtasis
Para llegar a lo que no sabes
debes ir por un camino que es el camino de la ignorancia.
Para poseer lo que no posees
debes ir por el camino de la desposesión.
Para llegar a lo que no eres
debes pasar por el camino de tu no ser.
Y lo que no sabes es lo único que sabes
y lo que es tuyo es lo que no es tuyo
y donde estás es donde no estás.
T. S. Eltiot, “East Coker”.


Siempre he creído que el nombrar es un acto de fe. Cuando un poeta, en su torcida parcela de voces y formas; de imágenes y centinelas; de la cosa y lo divino; manifiesta su creencia en su resonancia, sabe que el ritmo de sus palabras son el peso de toda una cultura a sus espaldas. El lenguaje es arbitrario y, en alguna medida, sólo las onomatopeyas tienen el ancla de nombrar la forma con la apreciación simple de las cosas. El lenguaje es elitista por completo y conviene una manera de ver al mundo.
La fe no se pregunta ni se cuestiona, sólo se obedece. Más en el principio (si así podemos llamarle a nuestra duda) la fe obedecía a nosotros mismos y al resto, no al resto en nosotros.
La decoración y el levantamiento de las columnas internas obedecen a un trabajo minucioso, de miles de ideas y alternativas en la cabeza; seleccionando sólo aquellas que corresponden al crecimiento. Ese fue el principal error en la construcción de la Torre de Babel. La multiplicidad de ideas y hechos conmovidos propició los diversos pensamientos, visiones de mundo, órdenes al caos, y por consiguiente, lenguajes diferentes y códigos intraducibles.
En la reflexión y en el arte de nombrar las cosas se parecen a una inmediación de nuestro estilo. Así, con los keningers existen 39 maneras de decir guerra; los franceses tienen 5 maneras de diversificar al francés nacido o no en Francia; el náhuatl tiene 19 maneras de decir flor y canto.
Por eso, también he creído que la primera palabra que balbuceamos es la duda. Para mí dios no dijo: “Hágase la luz” y se hizo, sino “¿eres tú, luz?” y cayó en su primer error pues le hablaba a la noche.
Es el poeta quien se aturde por el momentáneo saber y naufragio de lo ignorado. Él es quien entiende mejor que nadie la primera (posible) razón para la tristeza del pensamiento, que diría George Steiner: “Escuchad atentamente el tumulto del pensamiento y oiréis, en su centro inviolado, duda y frustración”1.
La regresión es la verdadera maquinación para entender el mundo; el “be or not to be” o el preguntarse como un niño de tres años, cual dijera Tales de Mileto, señala la verdadera investigación del hombre, el agente múltiple, el judas perfecto. Quizá, de alguna manera, no lo entendamos. La duda da pauta a sostener el mundo, abre el diálogo y no niega ni afirma. ¿Preferiremos nombrar lo ya nombrado o empezar a dudarlo?
Lunatando
Sensorida e infimento
Ululayo ululaciente
Oraneva yu yu yo
Tempovío
Infilero e infinauta zurrosía
Jaurinario ururayú
Montañendo oraranía
Arorasía ululacente
Semperiva
ivarisa tarirá
Campanudio lalalí
Auriciento auronida
Lalalí
Io ia
i i i o
Ai a i ai a i i i i o ia.2







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1CONDOR, María, trad. George Steiner, Diez (posibles) razones para la tristeza del pensamiento, F.C.E., México, 2007, pp. 19.
2HUIDOBRO, Vicente, Altazor, Edit. Axial, México, pp. 86.

EL DECADENTISMO MEXICANO Y EL ORDEN DE LOS TRABAJOS (Parte IV de IV)


IV.- La decadencia del Decadentismo.
Para 1910 la generación Decadentista sufriría fuertes golpes que marcarían por completo su dispersión, y por consecuencia, la pérdida social de los movimientos afines a los trabajos ya mencionados.
Existen tres factores que sin duda afectaron por completo la unión de la generación. El primero, los decesos de integrantes del bar y la revista. Bernardo Couto Castillo, quien moriría a los 21 años de edad; Julio Ruelas en su estancia en París; Raúl Clebodet, comunista inalcanzable del grupo; Jesús E. Valenzuela por su parálisis y asfixia; y, por último, Justo Sierra, el maestro de los decadentes. Las ausencias no fueron sustituidas.
Los trabajos se desfasarían. El paradigma reciente de, al menos cinco primeros años del refugio de la generación, caería en la fricción de la estrella del norte. El paradigma estaría en movimiento, sin punto fijo, y así se mantuvo. No hubo cambio, ni sustitución, ni soporte del mito.
El último aspecto, tiene que ver con el mandil que portaba la generación. A breve espacio, la figura dandy aprisionaba por completo el esquema visual, de la mano con el acto, de los intelectuales de la Revista Moderna. Luis Antonio de Villena diría, “El dandy no es revolucionario, sino un rebelde”.22 Esa condición apartaría a los decadentistas de la Revolución Mexicana en cualquiera de sus etapas.
El resultado fue la eminente desunión del grupo y el fin de la Revista Moderna para 1911, ya comenzada la Revolución. Después de ello, cada cual tomaría rumbos distintos. Amado Nervo seguiría con su palabra litúrgica; José Juan Tablada sería el primer vanguardista de América y traería el Hai-Kiu; Rubén M. Campos se convertiría en cronista de guerra y novelista; etc.
El ocaso de los trabajos sería contrario al amanecer alguna vez soñado por activistas, fuera del grupo. La Revolución marcaría otro ideal que jamás tocó en la estética de los Decadentistas. Se verían atrapados en una nueva necesidad, de la cual ya no cabrían o no respondía. Por ello el crecimiento del “Ateneo de la Juventud”, pues caían a los tiempos y no el Decadente, que caía en la ruptura de una sociedad que había cambiado.
En la homilía del presente trabajo, no se quiso demostrar lo ya demostrado, que es la importancia de la generación Decadentista en sus niveles de libertad bajo palabra; el hecho innegable de realizar la mejor revista de México de todos los tiempos y, ni mucho menos, concebir una luz de la alborada en los trabajos realizados, como rescate, visto de comparación a un hallazgo arqueológico en los senderos egipcios.
La generación Decadentista manifestó un deseo por los trabajos, un orden, una estructura y una palabra y/o elemento retórico crepuscular, situado en las manifestaciones, mayormente poéticas.
Tan sólo quiso descifrarse en el pesimismo vital y el pan de cada día. Los iniciados en las tenidas literarias. Y puesto el fin del vino, las palabras perdidas y los soliloquios imposibilitados del silencio, nos tomaría para vernos frente a frente, con toda la caída deseo, y decirnos a los ojos en los sustitutos de la fe, los juramentos y el estribillo de la oración de apertura: Yo quisiera morir, como tú has muerto.


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22Luis Antonio de Villena, Corsarios de guante amarillo, Edit. Valdemar, España, 2003, p. 23.