1.30.2017

Señas astrales de los Zacatecanos

Muy noble y leal ciudad: Artes y Letras del Zacatecas virreinal, columna al 470 aniversario de la fundación de Zacatecas. Con el agradecimiento al periódico Imagen por la publicación. 



Es la Descripcion breve de la Muy Noble, y Leal Ciudad de Zacatecas… del conde de Santiago de la Laguna, José Rivera de Bernárdez, el texto fundacional de tal espacio más importante de todo el ciclo virreinal. Impreso por José Bernardo de Hogal (1732), es una disertación, entre el barroco y la conciencia borbónica, que propone un cuadro y balance de los devenires de la región: fundación, historia, recursos y arquitectura.
 Son tres razones que demuestran el vaivén de un encuentro epistemológico entre varios modelos de pensamiento: el punto II “Del Clima, Latitud, Longitud, y Estrellas verticales de esta Ciudad”; el III “Dase razón del Signo, que domina esta Ciudad, y Temperamento de ella”; y el IV “Del Planeta, que domina es esta Ciudad”. Sobre el segundo, el conde refiere, desde una perspectiva que atendía al pensamiento matemático y astral moderno, cuál era la situación y posición de Zacatecas, sea latitud, longitud o incluso la cuenta de las horas del día, siendo el mayor:
[…] de trece horas, y veinte, y cinco minutos; que es cuando el Sol pasa por el primer punto de Cancro, que en el presente entra a los veinte, y dos de Junio. El menor es de diez horas, y treinta, y cinco minutos: que sucede, cuando entra el Sol en el primer punto de Capricornio, a los veinte; y dos de Diciembre […].
El tercero es una razón simbólica, que pareciera estar alejado de los modelos ya en boga, si no fuera por la personalidad que distingue. Casi medio siglo antes, Sigüenza y Góngora había arremetido en contra de la astrología judiciaria –sobre el mandato de las esferas celestes en los hombres– derogando los postulados del jesuita alemán Eusebio Kino. Así, las estrellas no traían buenos o malos presagios, ni tampoco designaban el pensar de los hombres.
El conde argumenta que es el signo de Sagitario el dominio de la ciudad, “[…] porque es el temperamento de ella tan vario […] en un mismo día se suele experimentar aire, agua, frío y calor con tanta constancia en ser inconstante.” La posición no es gratuita debido a que esta variante, según el conde, es tanto en el clima, como en las riquezas y pobrezas de una ciudad. Así ha sucedido: en sus momentos de mayor proeza, altiva, en sus desgracias, paupérrima.
De esferas del empíreo: “[…] porque aunque hallo en ella a Júpiter, en su diurna casa, gozo, y triplicidad, y a Marte tan solo en su término […] siendo de esta la naturaleza colérica, muy propia de los belicosos ánimos Zacatecanos.” Sagitario, Júpiter y Marte son parte de un perfil que resalta el conde, a fin de posicionar la Ciudad en el contexto astral, por tanto, personificar a sus hombres en la Historia del Mundo.

1.23.2017

Los mitos judeocristianos de 'La sangre devota'

Ochos en el piso de la soledad, columna conmemorativa al centenario de La sangre devota de Ramón López Velarde. Con el agradecimiento al periódico Imagen por la publicación. 



Parte de la educación de Ramón López Velarde fue en aulas de los Seminarios de Zacatecas y Aguascalientes. Ahí se le otorgó un conocimiento de mitos y contenidos simbólicos judeocristianos. Su poesía se adentra en esos caminos, aunque, casi para 1910, se puede notar una ruptura, in media res, de su sentido religioso.
Si en el soneto en alejandrinos “Del seminario”, publicado en El Regional de Guadalajara en 1909, manifiesta su doble tenor, “Hoy que en la indiferencia del siglo me desola / sé que ayer tuve dones celestes de continuo […]”; es en La sangre devota su máxima reinterpretación de los mitos judeocristianos. La reafirmación es el abono a su sinceridad, “[…] entonces era yo seminarista / sin Baudelaire, sin rima y sin olfato.)”
La clave interpretativa de los mitos de La sangre devota son el enamoramiento, la desolación y el linaje de Caín. Cada uno de estos se combinan para generar una potencia poética, tanto en imagen, como en sonoridad. El contenido simbólico es manejado, de tal manera que pareciesen versos apegados a un sendero dogmático tridentino, sin embargo, en sus tesituras, se encuentran las rupturas sonoras del perfil lopezvelardeano.
El poema “Cuaresmal” trasluce el mito de la pasión de Jesucristo, el dolor de María y la desolación del poeta. Cabe destacar que muchos poemas de López Velarde tienen el trasfondo de la misa, que no es más que el ritual de la lectura de los Evangelios, la última cena y la redención. A cuestas, se infiere la pasión, aunque se trate de un ceremonial festivo. Así, López Velarde canta a manera de rezo:
Quizá un Viernes de Dolores,
cuando se anuncian ya las flores
y en el altar que huele a lirios
el casto pecho de María
sufre por nos siete martirios;
mientras la luna, Amada mía,
deja car sus tenues franjas
de luz de ensueño sideral
sobre las místicas naranjas
[…] de las doncellas de la aldea […].

Yo te convido, dulce Amada,
a que te cases con mi pena […]
La Virgen de los Dolores y la Virgen de la Soledad son los íconos de una Beatriz cuasi dantesca. Del Antiguo Testamento sobresalen las figuras de Belkis y Salomón, amores teñidos por el triángulo amoroso y apócrifo de Hiram Abif. De allí que considere a la mujer un Templo o Planta, a El Cantar… una sublime nota de amor esotérico y en Jesucristo la culminación de la amargura y sacrificio.
[…] tu planta sabe las rutas sangrientas de la Pasion,
que por ir tras Jesucristo por las calles de la Amargura
dejó el sendero de lirios de Belkis y Salomón.
El cuerpo femenino es:
Amor, suave Amor, Amor,
tus hombros son como una ara.
Mientras López Velarde es, apenas, de una casta pequeñez…

1.16.2017

López Velarde y la imagen de la escritura

Ochos en el piso de la soledad, columna conmemorativa a La sangre devota de Ramón López Velarde. Con el agradecimiento al periódico Imagen por la publicación. 



De los tropos literarios de la poesía lopezvelardeana, la escritura es parte de una interiorización. En “Obra maestra” hace, en cuestionamiento por la enmendadura de la plana de la fecundidad, la recreación de un momento de escritura: tomar el lápiz y temblar ante el riesgo del sacrilegio. Es un acto de plena sinceridad, compromiso y entrega a sus anhelos.
En La sangre devota la escritura es utilizada como múltiples objetos, presente entre l la soledad, el amor y la muerte. Son tres momentos en los que claramente se observa esta doble caracterización. Por un lado teoriza con la forma del poema o la escritura, junto con el motivo poético que implica, un arte poética.
El poema “En las tinieblas húmedas…” se manifiesta el acto de escritura, con una simpleza en su nominación –renglones–, aunque sí una magnetósfera de resonancia en la lectura de su destinatario.
Me emboza en la tupida oscuridad, y pienso
para ti estos renglones, cuya rima recóndita
has de advertir en una pronta adivinación
porque son como pétalos nocturnos; que te llevan
un mensaje de un singular calosfrío;
y en las tinieblas húmedas me recojo, y te mando
estas sílabas frágiles en tropel, como ráfaga
de misterio, al umbral de tu espíritu en vela.
El ideal del poema para López Velarde, como imago tangible y reconocible, es al igual que su ideal estético: vetusto, doncel, provinciano y místico. En “Poema de vejez y amor” realiza un símil en primer lugar con el encantamiento de Fuensanta y con la descripción de su espacio. 
Yo te digo en verdad, buena Fuensanta,
que tu voz es un verso que se canta
a la Virgen […].

Los muebles están bien en la suprema
vetustez del elegante poema.
Las arcas se conservan olorosas
a las frutas guardadas;
el sofá de los muslos
salomónicos de las desposadas;
entre un adorno artificial de rosas
surgen, en un ambiente desteñido,
las piadosas pinturas polvorientas;
y el casto lecho que pudiera ser
para las almas núbiles un nido,
nos invita a las nupcias incruentas
y es el mismo, Fuensanta, en que se amaron
las parejas eróticas de ayer.
El poema es cuerpo, simbolismo de El Cantar y convite a la plena consumación. De allí que en el soneto “Para tus dedos ágiles y finos” considere los versos la mayor señal de la unión conyugal.
Para la gloria de Dios, en homenaje
a tu excelencia, mi soneto adorna
de tus manos preclaras el linaje,

y el soneto dichoso, en las esbeltas
falanges de tus índices se torna
una sortija de catorce vueltas.
Consumación que al final de su evocación es un rasgo del anhelo, parte de su verdadera ópera magna.

1.10.2017

De 'La sangre devota' a 'Zozobra'

Ochos en el piso de la soledad, columna conmemorativa a La sangre devota de Ramón López Velarde. Con el agradecimiento al periódico Imagen por la publicación. 



Entre La sangre devota (1916) y Zozobra (1919) no únicamente median tres años, también se consolidan etapas, conciencias, pensamientos y formas estéticas de pensar al poema. Del primero, al menos se constatan seis años de su elaboración, por lo que se suscribe entre miras al pasado, con rupturas ya asiduas, eficaces. Son tres los temas que en ambos libros se presentan: el eterno femenino, la soledad y el misticismo en el entorno lopezvelardeano.
Con respecto al primero, sin lugar a dudas no se puede concebir la obra del jerezano sin la presencia de su femme fatale. El orden de los poemas responde a una valoración cíclica, que denota la trasformación del sentir y su portento amoroso. En La sangre devota el inicio es festivo, con un madrigal idílico a Fuensanta; su final es pesaroso y melancólico, en las fauces lóbregas del pasado incapaz de cambiarse, ante un presente y futuro que ya no es. En Zozobra, el primer texto es la plena marca de la tristeza, la recalcitrante Spleen lopezvelardeana; el cierre, un testamento de sus fuerzas poéticas y los deseos no reprimidos, sino imposibles. Por ello su canto es como un Jano de la zozobra, pasado y destino melancólico:
Yo también supe antaño de la bondad del cielo
que en mi acerbos pésames llovía […].
La soledad es, en doble ironía del Desdichado, el acompañamiento sonoro de las obras de López Velarde. No obstante, entre La sangre devota y Zozobra, tal tropo muestra cambios entre la solemnidad y el desgarramiento. En el primer libro, toma forma de mujer beatífica: es la Señora de la Soledad, virgen y madre que se impone en las alabanzas del jerezano. En cambio, el rostro de la acompañante en su segunda publicación es más una terrible doncella, inalcanzable, mortuoria.
Esperanza, los astros en que titila el verde
son el feudo en que moras y en que tu luz se pierde.
El misticismo del entorno es quizá de las aportaciones de Ramón López Velarde que renovó la tradición poética en México. La visión de su espacio provinciano es total, puesto que no se trata de un panegírico lugareño, sino la ofrenda caínica de un sitio que se levanta como el testigo voraz del sueño, el silencio y el destierro. Los cantos del primer poemario, más allá de lo donoso, muestran la predilección del bosque místico, en el relieve por el Templo en su piedra de Bethel. En Zozobra, es un Fiat lux de su instinto y el sentido. En ambos persiste el terrible piso en que el campanero reinventa su dolor.
Ambos son un encuentro de métrica y ritmo, junto a la obsesiva imagen. Sólo que uno reafirma la tradición y la converge, el otro juega, da atisbos de un nuevo porvenir.

1.02.2017

La Plaza, un ombligo del mundo

Ochos en el piso de la soledad, columna conmemorativa al centenario de La sangre devota de Ramón López Velarde. Con el agradecimiento al periódico Imagen por la publicación. 



Es ya, en cierta forma, un lugar común afirmar que Ramón López Velarde es un poeta de versos a la provincia. En efecto, si bien hay un interés altamente demostrable sobre la idea mágica de sus lugares de origen, no se trata de una mera apología del lugar. Por el contrario, el pueblo llano al que se refiere el jerezano es tema y pretexto que delinea sus posturas ante el mutismo, la vida, el amor y su linaje.
En La sangre devota la idea del pueblo convive entre lo festivo amoroso y lo terrible, macabro. Es un vaivén de zozobras que manifiestan el encuentro, lo metafísico y lo inefable. En los poemas en los que el tropo pueblo provinciano es la cualidad, siempre existe un objeto o espacio que, en recurso de prosopopeya, adquiere características humanas que dialogan con el poeta.
En el poema “En la Plaza de Armas” se observan tres características que la voz del verso redescubre en la interlocución del espacio: centro-mutismo, amor y linaje. La primera parte del poema es imago de la plaza.
Como realce del espacio, se debe recordar que todas las ciudades de pasado virreinal fueron diseñadas en los preceptos vitruvianos consolidados por Felipe II. Por lo tanto, era menester un lugar central que conectara la representación de todos los poderes, entre lo terrenal y lo divino. A las plazas en su transición de antiguo régimen a Estado nación se les añadió el mote de Armas. De tal manera, el poema de López Velarde configura tal espacio, cual ombligo de la luna, con su realce en el silencio del mismo.
Plaza de Armas, plaza de musicales nidos,
frente a frente del rudo y enano soportal;
plaza en que se confunden un obstinado aroma
lírico y una cierta prosa municipal […].
Posteriormente, el poeta “interroga” a la plaza como discípulo fiel de aquella “fuente cantante”, esto es, de las melodías cotidianas que alimentan la imagen. Sus cuestiones son por las doncellas que, en la virginidad e inocencia de sus luces, ya no corren por la sus quioscos.
El verso se abre a los juegos de la predestinación y el olvido.
[…] me ha inundado en recuerdos pueriles la presencia
de Ana, que al tutearme decía el “tú” de antaño […].
La plaza, gran testigo, está muda. No ofrece silencios, sino cantos en vaticinios. La condición lopezvelardeana sale, en enigma de Esfinge, a luz:
Mas la plaza está muda, y su silencio trágico
se va agravando en mí con el mismo dolor
del bisoño escolar que sale a vacaciones
pensando en la benévola acogida de Abel,
y halla muerto, en la sala, al hermano menor.   
Es un Caín amoroso y cantor, entre una Plaza dogmática de ruidos y mutismos.