8.29.2016

Un piano, dos nombres

Ochos en el piso de la soledad, columna por el centenario de La sangre devota de Ramón López Velarde. Con el agradecimiento al periódico Imagen por la publicación. 



En el fino contemplar de Ramón López Velarde, la imagen de un piano y la amada son la efigie del fervor y el deseo. Es una visión recurrente, no sólo por la devoción, sino porque en ambos componentes se cifran condiciones que envuelven mutismo, anhelo e intensidad.
En el trabajo autocrítico del poeta, se encuentran dos versiones sobre tal imagen. La primera apareció en la Pluma y Lápiz de Guadalajara el 29 de enero de 1912, aunque su escritura data posiblemente unos tres o cuatro años antes. El título del poema es “El piano de Genoveva”.
Con versos en alejandrinos, la voz realiza un doble juego de simbolización, ya que habla del instrumento musical y de la amada. Describe un “piano llorón”, que encierra “de la vida el arcano”. Son nocturnas las soledades y tristezas que vaticina, pues es “una caja de lágrimas”. En la edificación, el poeta traslada el canto:
Piano de Genoveva, te amo por indiscreto;
De tu alma a todo el mundo revelas el secreto:
Cuentas, uno por uno, todos sus desengaños.
Entonces, Genoveva es una sola en el piano, a tres décadas, como una Santa, inmaculada en la zozobra:        
Genoveva, regálame tu amor crepuscular:
esos dulces treinta años yo los puedo adorar.
Ruégala tú que al menos, pobre piano llorón,
Con sus plantas minúsculas me pise el corazón.
La imagen del piano y la amada se transforma, por corrección, autocrítica y mayor esmero, en La sangre devota. En “Para tus pies” se propone un poema más simbólico y con mayor trabajo en el esmero del verso, pues en vez de alejandrinos el poeta presenta hexadecasílabos o versos de dieciséis sílabas formados por la unión de dos octosílabos con doble hemistiquio. El texto guarda aún la contemplación y la unión entre mujer-instrumento, plantas-pies:
Hoy te contemplo en el piano, señora mía, Fuensanta,
las manos sobre las teclas, en los pedales la planta
y ambiciona santamente la dicha de los pedales
mi corazón, por estar bajo tus pies ideales.
Esa planta toma una significación entre los senderos de la Amargura, en los devaneos de Belkis y Salomón. So pretexto de las tertulias de su época, piano y mujer se modernizan para entrever el perfil nupcial. De allí que se vuelque el anhelo y solicitud:
Y así te imploro, Fuensanta, que en mi corazón camines
para que tus pies aromen la pecaminosa entraña,
cuyos senderos polvorosos y desolados jardines
te han de devolver en rosas la más estéril cizaña.
El piano es, a total expresión, el instrumento que el poeta busca abrazar: con la musicalidad alcanza al sonido, contempla a la virgen de sus himeneos y se postra en ofrenda. En ejercicio nominal, las damas blancas: Genoveva o Fuensanta.

8.22.2016

El oscilar del péndulo

Ochos en el piso de la soledad, columna a La sangre devota por Ramón López Velarde. Con el agradecimiento al periódico Imagen por la publicación.


En la oscuridad que ofrece el piso de la soledad, Ramón López Velarde realizó una analogía de su vida, junto con sus portentos amorosos, sobre una luz por la resonancia poética de La sangre devota. La imagen propuesta se cifra entre una lámpara, un candil o un péndulo, personificaciones de la andar de la agonía y el baile.
Es interesante resaltar la característica de los círculos u ochos que, en diversas ocasiones, López Velarde propone ante su solitaria condición o bien en la descripción a personajes que le seducen por ello. Si en el ya bastante citado poema “A mi prima Águeda” se indica el pliegue del desierto amoroso por “Yo era rapaz / y conocía la o por lo redondo”, es en el cintilar de encuentros nocturnos por un flâneur importado lo que imprime el sello radial lopezvelardeano.
La imagen instituida es el péndulo, figura que formula círculos sin aparente mano que lo trace, moviéndose entre el movimiento cíclico de la tierra. ¿Cuál es la razón por la que López Velarde elige esta imagen y otros símiles para cifrarse? En el poema “Nuestras vidas son péndulos”, se argumenta tal circunstancia:
 Gemían los violines
en el torpe quinteto…
E ignoraba la niña
que al quejarse de tedio
conmigo, se quejaba
con un péndulo.
En el poema, la voz poética se pregunta por una “niña” que en un baile le manifestó sobre sus deseos de viajar y le confesó su “tedio”. A ello, se denota una lectura de Baudelaire; un diálogo irradiado por describir lo que se padece, en este caso el Spleen. Como efecto eckfrático, el poeta jerezano detalla el situar de su interlocutora: un boceto lánguido con pendientes de ámbar y un jazmín en el pelo. En el fondo, un vals, característico de las noches del flâneur de la época, peculiar en la zozobra compartida.
La distancia que imprime el péndulo, en su movimiento, emite un punto constante al que nunca llega. Es quizá por esta razón la que la voz poética se resuelve en compartir la soledad y el sitio, al que nunca llegará por los infortunios del destino. De allí, el secreto y el testimonio:
Niña que me dijiste
en aquel lugarejo
una noche de baile
confidencias de tedio:
dondequiera que exhales
tu suspiro discreto,
nuestras vidas son péndulos…

Dos péndulos distantes
que oscilan paralelos
en una misma bruma
de invierno.
Ir y venir entre las avenidas de la voz y los silencios, sobre el ocaso del sol, en penumbras; así se constituye el recorrer lopezvelardeano por la tristeza y la soledad. Es la marejada constante reconocida en otra sed, femenina, que en el oscilar alistan sus puntos de llegada, sin jamás poder arribar.

8.15.2016

Ramón López Velarde y José Manuel Othón

Ochos en el piso de la soledad, columna conmemorativa al centenario de La sangre devota de Ramón López Velarde. Con el agradecimiento al periódico Imagen por la publicación.





Dos “consagraciones” ofrece Ramón López Velarde a La sangre devota: a Manuel Gutiérrez Nájera –el padre del Modernismo mexicano– y José Manuel Othón. Sobre este último, el poeta jerezano tiene líneas o correspondencias íntimas, entre una lectura concienzuda, los recursos retóricos compartidos por épocas poéticas o la relación, similitud y recorridos entre Zacatecas y San Luis Potosí. En varias ocasiones lo consideró como “el más grande de los neoclásicos americanos”.
Se sabe que López Velarde, bajo los seudónimos de Marcelo Esteábanez y Tristán, escribió tres textos críticos de la obra de José Manuel Othón por el tiempo creativo de La sangre devota. Sus expresiones, en manifiesto no pedido, resaltan tales correspondencias de temática y estilo. Ahí, en la vista del otro, se denota el arte poética del poeta de Zozobra y su compromiso entre palabra, sentido y métrica:
Y este es uno de los méritos más altos de su obra [de Othón]: que en ella nada hay de falso, ni siquiera convencional. Cada palabra corresponde a un fin preciso y la versificación es diáfana como una gota de lluvia que tiembla en un rosal, solemne como la paz de los campos y precisa como una fórmula matemática. No sería aventurado afirmar que no existe una palabra hueca que el poeta haya introducido para llenar los fines de la métrica.
En ese reconocimiento y medida –en texto escrito en La Nación en 1912–, López Velarde aspiraba y formaba versos entre la sangre y devoción; medida precisa de la infinitud del alejandrino, soneto o madrigal. De allí el compartir la soledad por el “Idilio salvaje” o el atávico viaje por “Canto del regreso”, en que se exime la tienda o casa “vetusta”, por “Poema de vejez y amor”. Ambos poetas son peregrinos del ir y regresar, de la soledad y el sin lugar:
Peregrino, soldado, soñador, hoy regreso
a apoyar un instante mi frente en las raíces
de los paternos troncos; a demandar un beso
vernáculo que ablande mis duras cicatrices,
y a llenar mis alforjas, de ensueños ya vacías,
siquiera con un poco, con un poco siquiera
de pasada ventura, de perdida quimera
que hagan brotar del árbol de las ramas sombrías
en flores otoñales de ilusiones mías.
De tal modo, Ramón López Velarde reconoce un sentido: “En sus alejandrinos del ‘Canto del regreso’ flota una tristeza mágica en la descripción del suelo natal, de los ‘paternos ríos’, de los sitios consagrados por el amor de la adolescencia. Y los recuerdos cantan, cual coro de oceánidas, según la frase del mismo poema”. Evidencia la disciplina estética, en la lectura del otro, al que consagra. Valdrán círculos para expresar la eterna soledad, que en retorno y el suelo natal perturben los cantos del oscuro zenzontle lopezvelardeano. 

8.09.2016

Letras en torno a Cármenes de Catulo

Hace unos días compré Cármenes de Catulo en la traducción de Rubén Bonifaz Nuño, editada por la Universidad Nacional Autónoma de México en 1969. Un libro voluminoso, que contiene una sólida introducción al autor, notas y los poemas, tanto en latín, como en la versión del poeta mexicano. Debo aclarar que Catulo fue el primero de los poetae novi que leí en la Licenciatura en Letras. Sus versos cayeron en la sorpresa de una frescura amorosa, probablemente hasta ese momento malentendida por la solidez de Virgilio y compañía. A partir de tal momento, me he dedicado en comprar los distintos ejemplares que de Catulo llegan a mis manos. La novedad de éste fue que, una vez regresado a casa y leerlo, encontrar una hoja que contenía un poema manuscrito. Con el título de “Retorno”, dichas letras auscultan una relación sin lugar a dudas con el fervor y pasión de los cantos a Lesbia. El autor del manuscrito, que sólo realiza una firma sin develar su nombre, tampoco infiere el destino de sus palabras. Es un texto por una devoción, que dentro se percibe el Carmen de Cayo. Entonces, ¿qué relación o puentes deja una lectura en el proceso creativo? Somos lo que escribimos, lo que leemos, lo que signos se prestan ante los ojos, oídos, piel. Ficciones en ficciones cantadas por hálitos de luz. En este caso, se trata del amor pleno que retumba en el estar, ahí, con sed y palabra. Catulo ya ha dicho el canto de la eternidad en pasión, sin importar lo que del mundo demande una y mil veces:

Vivamos, Lesbia mía, y amemos,
y de los más serios viejos las voces
en el valor de un as tengamos todas.
Pueden morir y regresar los soles;
muerta una vez la breve luz, nosotros
dormir debemos una noche eterna.
Dame mil besos, y después un ciento.
Luego, cuando hecho habremos muchos miles,
los turbaremos, porque no sepamos,
o no pueda aojar algún malvado
cuando sepa qué tanto había de besos.

Y se debe seguir entonces en ese proceso de lectura y escritura, de ocultas relaciones que se pueden resguardar al fondo de un libro, en secreto. Porque creamos ficciones y melodías ya que nuestro mundo no basta, no satisface en cualquier sentido. El encuentro siempre se llena de palabras, de lenguaje. La vestimenta es un signo del estar, vivos.
Como curiosidad en la escritura, trascribo el poema para una doble lectura.  

Retorno
La misma sonrisa infantil
bajo el marzo, sangre debilitada
en los labios.
                       Te amo una y mil veces.
Hoy has dicho mi nombre. ¡Aleluya!
    Pero mañana lo habrás olvidado
y te reirás de mi entusiasmo,
de mi preocupación pueril,
de este impulso de besarme en tus labios
cuando dices mi nombre.
     Y sin embargo,
sé que me entiendes, y me casticas
porque es tu amoroso dolor.
     Se apara el retorno,
rescato gradualmente el aire que desplaza
y que llena de prestigio antiguo el aliento
con tus cabellos pálidos
el otoño besa un deseo indefinido
y esto basta para mentir
un tierno dolor que ríe
y pasa la orilla de un corazón,
como sin advertirlo.
     Al fondo,
en un sueño de niños sin nombre,
un coro se alegra de este retorno,
fidelidad de un amor

que jamás se resigna a la muerte. 



8.08.2016

Poema festivo a Fuensanta

Ochos en el piso de la soledad, columna al centenario de La sangre devota de Ramón López Velarde. Con el agradecimiento al periódico Imagen por la publicación. 



La sangre devota mantiene una organización de poemas que en cierto modo propone estancias de motivos y sensaciones. Es cierto que los textos aparecieron a cuenta gotas en diversas publicaciones periódicas de la época, no obstante su acomodo final no es para nada “inocente”, en ningún momento se atiende a la cronología de su realización particular o aparición en algún medio. Su orden responde al conjunto de conceptos, en estados sensoriales.
De los temas distinguidos en Ramón López Velarde son la mujer y la soledad.  Su combinación es quizá de los perfiles más seductivos en su poética. Sin embargo, La sangre devota realiza una especie de transición o viaje que va del encuentro a la mujer, su pábulo simbólico, hasta la decepción y dejación del sentido. Así, el primer poema es “festivo”, mientras que el último es la repetición tortuosa del malogrado amante soltero: “Y pensar que pudimos”.
El poema “En el reinado de la primavera” es una de las claves para entender el conjunto poético de Ramón López Velarde. No sólo porque en ella aparecen los tropos de “Fuensanta” y, ya en la segunda edición, la develación de su verdadero nombre con rasgos temporales de Josefa de los Ríos, sino porque se desliza la condición de mujer, su ebriedad y el padecimiento del cuerpo hambriento.
Desde la estrofa primera se indican tres condiciones poéticas: la amada Fuensanta, su redención ante el doliente y el trasfondo en su visión judeocristiana, “Fuensanta, es que florece / la eclesiástica unción de la cuaresma”. Esta aparición no es gratuita, pues si en tal tiempo climático es abierto a las concupiscencias del nuevo sentir y procreación, son los cuarenta días el espacio del estar en purificación en cuerpo y alma. Por tanto, es un freno o bien trasgresión del sentido. En ningún momento especifica el modo de la redención, únicamente del “alivio dulce / en las almas enfermas”.
Entonces, el poema indica una conversión en la estación, a partir del cielo y las aves. Inicia:
Se viste el cielo del mejor azul
y de rosas la tierra,
y yo me visto con tu amor… ¡Oh gloria
de estar enamorado, enamorado,
ebrio de amor a ti, novia perpetua,
enloquecidamente enamorado, […].
Termina con aquellas palomas que van del convento y
[…] así vuelan a verte en otros climas
¡oh santa, oh amadísima, oh enferma!
estos versos de infancia que brotaron
bajo el imperio de la Primavera.
La conversión festiva es de dos tipos: la ebriedad del enamorado que no dista en su padecimiento, sino que disfruta su cortejo; y la santa que observa, como eje en el templo, los estados del azur. También es así el traspaso vocal de La sangre devota, del amor festivo al invierno de “nuestras conciencias…”.

8.01.2016

La eterna del sueño y la palabra

Ochos en el piso de la soledad, columna al centenario de La sangre devota de Ramón López Velarde. Con el agradecimiento al periódico Imagen por la publicación. 



La figura femenina en la obra de Ramón López Velarde es un tema amplio y con posturas que transitan entre un arraigo vivencial, frente a la mitificación. Si el nombre Fuensanta se inserta en el pedestal junto a otras, como Aurelia, aquellas mujeres que no sesgaron el vilo del nombre se encuentran en la versificación de perfiles, caminos y vistas, en la palestra taciturna compartida por Le Femme Fatale de Baudelaire.
El eterno femenino de López Velarde se distingue de varios rasgos. Sencillo es confirmar su condición provinciana. En ella existe lo virginal, taciturno. En la ebriedad de la noche, para el poeta, su observancia es inmaculada, el hambre y la sed se debaten por la conciencia redimida, al dogma que con impaciencia teme a la trasgresión, anhela así el canto de una redención, que no llega. Se forja de tal manera una poética en que los ojos observan, los versos son también parlamentos y la expresión, aunque no exista punto de encuentro, es dialógica. 
En “Pobrecilla sonámbula” de La sangre devota se observa el ideal femenino lopezvelardeano. Siguiendo las reglas formales del madrigal –versos de siete u once sílabas con tema amoroso–, el espacio creado por el poeta es un paisaje que va de la clarividencia al nocturno.
El poema inicia con el retrato del sitio:
Con planta imponderable
cruzas el mundo y cruzas mi conciencia,
y es tu sufrido rostro como un éxtasis
que se dilata en una trasparencia.
De tal modo que los versos conectan tres elementos: el mundo, la conciencia del poeta y el sueño eterno de la mujer. Hay que hacer hincapié de que esta mujer de la que habla López Velarde es una “sonámbula”, es decir, que camina aún con el sueño. Jamás se indica el reposo, ni el despertar. Es un eterno sueño, con enlaces significativos de auscultación: la presencia dialógica de la mujer y el canto del poeta. La redención es femenina:
Devuelves su matiz inmaculado
al paisaje ilusorio en que te posas
y restituyes en su integridad
inocente a los hombres y a las cosas.
La característica que vuelve inalcanzable a la “Sonámbula” es conocer su cualidad del eterno sueño. No le atormenta el paso del mundo por diversos niveles, antes combina su pureza con el mandato beatífico en la atracción con el otro:
Así cruzas el mundo
con ingrávidos pies en transparencia
de éxtasis se adelgaza tu perfil,
y vas diciendo: “Marcho en la clemencia,
soy la virginidad del panorama
y la clara embriaguez de tu conciencia”.

Entonces el pobre no es la mujer, sino el poeta que se reconoce en la infinitud del camino. Ambos miran al mundo y lo redimen, lo crean. Dos opuestos que se unen en el sueño y la palabra.