6.20.2014

Correspondencia en las Doce Islas II


Querida Azur:
Disculpa el que no haya respondido tus cartas anteriores. Han sido varios los viajes y senderos recorridos, que mi mente ha estado algo dispersa. A veces, los vaivenes de imágenes recorren largamente los pensamientos solitarios, al exceso del desvelo. En eso, quizá, tenga que ver un pequeño comentario inicial sobre los cuentos que me enviaste.  A decir verdad, la trama que propones es en varios de ellos exorbitante y complicada. En otros, noto la ausencia de un conflicto o nudo y veo una preocupación por el estilo: “Y así las hojas caían, con su sequedad llena de palabras”. Trato pensar esa oración, que corresponde a tu personaje inadvertido. Normalmente las palabras suelen tener color, agua o saciedad, que llenan a los oídos y sentidos. Incluso, varios poetas como Paz han argumentado lo poco que les ofrece el lenguaje, en la búsqueda del poema perfecto, el armonioso. Ellos están a la espera, en mutismo poético, de aquella palabra, la innombrable. En cambio, tu giro es el exceso de palabras sin utilidad alguna, áridas, ásperas. Por ello, caen las hojas, a la par del clima, del crecimiento, del mismo sol. ¿Será acaso el devenir de tu relato? Me parece que debes integrar esa idea, paralelos entre la forma de narrar y lo narrado. Vuelvo a tus relatos y sigo pensando, recorriendo. ¿Dije antes que te escribo por el Guadalquivir? Caminé por su orilla, entre las torres de oro y plata. Sabes que soy deseoso de andar por los ríos; dejo que sus corrientes lleven mil y un victorias (im)posibles. Renuevo promesas, realizo juramentos y libaciones. Alimento a mi espíritu con deseos que se guardan en despliegues, por cada una de las veces que retorno la mirada al agua. En una semana te enviaré otra carta. No dejaré que corra el tiempo.

S. L.