4.21.2010

La Caja de Letras del Instituto Cervantes

Se encuentra en el sótano de un antiguo edificio, sobre la calle de Alcalá. Parece una intención de aprovechar el espacio, la antigua sede, un edificio que resguardaba un patrimonio monetario hoy al servicio de las letras españolas. No hay objeción alguna, si tan sólo se tuvieran más de esos edificios para el desarrollo de las artes; más de esos apoyos para el justo diálogo, la crítica y el movimiento literario; más de esos templos que nos recuerdan que la primera palabra fue dicha en voz alta y no impuesta por una tinta sobre la hoja.
Lo que nos convoca es su satélite al futuro: un Tótem enterrado dispuesto a elevarse o, como acto de avance arqueólogico, redescubrirse y no olvidarse como la verdadera Troya. Sus instalaciones se conciben de máxima seguridad y así evitar el deterioro de las joyas que se resguardan.
¿He dicho joyas? En efecto, las bóvedas de acero hechas de un material indestructible, impenetrable –con el oxígeno controlado, con una medida controlada de temperatura, con una luz adecuada, con cámaras de seguridad a su alrededor, con policías que resguardan la entrada, con una clave de seguridad que evite la entrada de cualquier simple mortal a la entrada– todo para guardar no una biblioteca personal, ni una obra ensangrentada, ni un simulacro de palabras, papeles o tinta. Se trata de resguardar El Libro, el hierático, el que adquiere valores sobrenaturales adheridos a un objeto de valor, de muchísimo valor. La caja fuerte que lo arropa lo demuestra. ¿Qué valdría para algún escritor (que haya sido galardonado con el premio más importante de las letras españolas) el resguardo de sus libros, de sus palabras, y no ser leído en cien años? ¿O más aún, si la misma Caja de Letras resguarda plumas, hojas con escritos a mano de los galardonados, sacapuntas y/o lápices? Es la nueva conjunción del Libro, en su resguardo de ojos y sirenas. Es el valor de un patrimonio cultural (quitando todo antivalor de frase hecha y política), de un reflejo que narra el traspaso social de una visión poética, provista de toda función de lenguaje. Es la nueva cara del Libro Perdido en espera de ser descubierto por algún futuro y lejano lector, con la ansiedad-curiosidad de posar sus ojos sobre una grafía que cobrará sacralidad en la medida de sus años mortem.