10.26.2010

Antes, muy antes

La forma del vacío
Pienso que el sueño existe porque existo;
pero si contra el mundo cruzo rostros
y de ligeros vientos alzo vuelos,
túnicas que no han de vestir estatuas,
y con palabras que después desaparecen,
violadas de improviso,
evoco su mirada y sus palabras: "cielo", "vida"
que eran como un andar a oscuras,
tan tristes como yo y como mi alma,
como cuando la noche se derrumba
y viene hasta mis manos decaída,
pienso que existo porque el sueño existe.
Puedo encontrar las huellas que abandono:
la mujer que una vez amaba,
sus brazos, sus cansancios, su mirada
y su visible pensamiento,
olvidada columna en mi memoria,
y todo lo que puedo enumerar:
la tarde que a su lado había,
la noche de su voz y la desierta
despedida de entonces.

Pienso también: "La tierra es mi enemiga",
mas los seres que habitan su amargura
defienden mi existencia,
luchan con mi tristeza y cada día
presiento que he de hallar diversas tierras,
otras miradas, nuevas formas
hacia mi sueño transportadas,
hechas amor o cándidas caricias
como viajeras que en lo oscuro mueren
sin conocer la tierra donde yacen.

Encontraré también nuevas tristezas,
ojos que ya no miran, cadáveres vacíos
y otra vez el recuerdo de sus ojos,
el anhelar sediento que abandonaba en mí,
su muerta voz, su despedida.
Pero jamás conoceré mi propio sueño,
el alma que pretende defenderme,
mi corazón vacío, ni mi forma.


Alí Chumacero
1918-2010
[La voz perdurará]

10.18.2010


Nunca creí ser novohispano.
Próxima participación: Viernes 5 de Noviembre, 10:30 horas.
Texto: El mito del Templo, el mito en el Templo y el Templo en el rito. Mitocrítica en la Catedral de Zacatecas y la liturgia masónica El verdadero Fracmasón… de 1824.
Sala Antonio Aguilar.
Zacatecas, Zac.

10.11.2010

You can never hold back spring

A Elsy, por su bello nombre…


Querida Elsy:

Hace tiempo que quisiera ver al mar alejarse tan desesperadamente de la orilla, ante el vuelo iracundo del halcón. Imagen frenética, tan lúcida, como los remolinos circulares sobre una fotografía representando el movimiento, sobre una pared. Es cuestión de perspectivas, dirías sin advenimiento a dicha marejada de ostentación. Algunos días atrás me vino a la mente aquella película que reímos, suspiraste y hablamos mucho. Me imaginabas con la enorme ropa interior blanca, en aquél recinto simulando un altar, y tú, lenta al caminar, palpitando las palabras sobre tu mano bajo la música de Tom Waits. Ahí fue donde conociste la manera más servil de luchar en contra del tiempo y del sendero. Un Jorge Luis Borges que se molestaba con el clásico sonido de un celular, un Alberto Moravia que reía con sus ojos encrespados, una Marguerite Yourcenar risueña a la mofa del espíritu. Llamabas a ese encuentro la manera más digna de que la nieve fuera el centro del tigre, que las circunvalaciones y las palabras torcidas parecieran habituarnos al profundo terreno de lo inconmensurable. Yo tan sólo guardé silencio en aquella tarde de copos otoñales, de un naranja que combinaba con el color de tus mejillas.
La siguiente ocasión preguntaste, con tu peculiar belleza de inocencia, sobre aquella dama de ojos abiertos. Desesperado, busqué aclararlo con algunos amigos aficionados al cine y me respondieron con el nombre de la francesa. En mi fingimiento, dije en definitiva, que era Yourcenar, escritora como algunas del Siglo XX, así, sin el beneficio testimonial de su obra. Lo creíste de un trago sin objeción, mas luego me pediste, en una carta, mi opinión acerca de algunas entrevistas que le hicieran en un canal argentino.
A decir verdad, siempre odié los círculos conversacionales que hacías para parecer de gran talla literaria en el café, pues la mayoría de las veces me veía forzado a fingir mis posturas, mis centinelas, mis apuestas. De tal manera, quise emprender una lectura obstinada, con el único afán de construir y defender una trinchera que amalgamara aquellas situaciones, de las que siempre conducías con un aire vacío, pero con esa sonrisa que nunca se alejaba de mi almohada, tu eterno camino hacia los mares.
Puedo decir que toqué fondo en sus imágenes. En nuestras cartas, nos deleitábamos pensar que manejábamos una parte de su estilo. Las cartas nos venían bien, pues hablábamos y dejábamos el pellejo de nuestras sensaciones, la única prueba de haber sido iniciados en el cementerio panteísta. Ese tono epistolar reflexionaba la narrativa de nuestros pesares. Poco a poco daba cuenta de sus terrenos insulares, de sus palabras y sonidos serenos, de sus olas queriendo escapar de la tierra.
Cuando yo pensaba en la escritura de Yourcenar sobre el ritual de Eleusis, te sorprendías saber que ella no practicaba el feminismo. Era otra cuestión de perspectivas, decías. Recuerdo aquella carta donde te mostré el sentimiento de madre nodriza que ella debió sentir, cuando se imaginaba caminar despacio, sobre el suelo-roca con el camino lleno de velas, hacia la circunvalación del templo. Un círculo, un óvalo, una estrella, un cuadrado, la tesitura exacta del discurso bajo el agua, el verdadero encuentro de la belleza resguardada por dos ángeles. Parecía absurdo reiterar ese hecho: la mayoría de las preguntas que le hacían iban encaminadas al mero acto de políticas públicas y no del rito; se repetía sin cesar, -Estoy contra el particularismo de país, de religión, de especie. No cuente conmigo para hacer particularismo de sexo. Le parecerá paradójico, es conformista, desde el punto de vista de la institución social, en el sentido de que la mujer parece aspirar a la libertad y a la felicidad del burócrata que sale cada mañana, con su portafolios bajo el brazo, o del obrero que ficha en una fábrica. Este homo sapiens de las sociedades burocráticas y tecnocráticas, es el ideal que la mujer parece imitar sin ver las frustraciones y los peligros que implica, porque en esto, igual que los hombres, piensa en términos de beneficio inmediato y de “éxito” individual-.
Siempre te lo hice saber, prefería mantener esa imagen que dejó entorno al poeta. Las palabras son el eterno juego y las entonaciones que se deben hacer están empleadas en la multiplicidad de traducciones a la imagen francesa de joer, Le poète doit jouer avec les mots, Le poète doit jouer avec les mots, Le poète doit jouer avec les mots; el poeta debe jugar con las palabras, el poeta debe tocar con las palabras, el poeta debe representar con las palabras, el poeta debe interpretar con las palabras. Constituye una batología de lo que definimos como una batología, redes de significación itinerante, suculenta, eterna en la medida de nuestras posibilidades, las de creación.
Fue ese instante en que creímos a Marguerite escribir sobre su estrado, fraguando un sueño que se adhiere en el pasado, una relación humana con el instinto y el sentimiento. Una y mil veces recuerdo que suspiraste; nuestro amor no definía edades ni distinciones; la humanidad está destinada a volcarse en la comunión eterna con lo sagrado, principalmente los iniciados. Por eso, plasmaba el juego de la palabra adherida con los rituales más bellos, las palabras litúrgicas y los ritos que tantas veces participamos; ‘Éste es mi cuerpo y será entregado por vosotros’, sentíamos.
Ahora lo recuerdo, fui yo el que quiso hablar de Adriano. Su mesura y su decisión me mantenían exorbitado, palidecía al constatar que sus grandes memorias no eran las guerreras, los monumentos espectaculares, la fama de sentarse en Roma. Antes bien sentía a ese hombre servil con atares del trabajo y los días. Sus lecturas de Hesíodo y los poetas griegos le daban un aire, no divino, sino humano.
Creía fielmente en el trabajo diario de un pueblo. Era otra cuestión de perspectivas, concordábamos. El que Adriano supiera que la mejor unidad de la Roma, aquella naciente de un mito –nodriza de la actitud de las ideas–, era la diversidad de pensamientos. Cada pueblo era constante en sus maneras y no parecía permisible instaurar algunas metrópolis, sobre todo en las fronteras del reino, que fueran dirigidas por militares extranjeros.
-La paz era mi fin y Aceptaba la guerra como medio para la paz, toda vez que las negociaciones no bastaban-, Adriano mantenía las constantes situaciones hasta el último procedimiento. Parecía ser cosa del sentido común, pero, incluso en estos tiempos, es difícil hallarlo en cualquier situación cotidiana. Se jactaba de tener un gobierno que, con la fuerza en sus manos, no condenaba a los mendigos, siempre y cuando no tuvieran oficio.
La lectura frecuente a los poetas hizo que sus emociones fueran hacia el camino de lo sensible y su construcción como templo. El proyecto central, tanto en el Adriano, como en su Roma, era destinar todas las obras hacia la belleza. Responsabilidad sabida por entero, el emperador buscaba el mejor sitio para ver a Roma, desde Britania e Itálica, hasta Palestina e Israel. Todo el sistema constituido en esta red de senderos se encontraba basado en lo erótico, una teoría del contacto en la cual el misterio y la dignidad del prójimo consistirían precisamente en ofrecer al Yo el punto de apoyo de ese otro mundo. En una filosofía semejante, la voluptuosidad sería una forma más completa pero también más especializada, de ese conocimiento al Otro, una técnica al servicio del conocimiento de aquello que no es uno mismo.
No obstante, Elsy, prestabas mayor atención a la muerte de Lucio. Una cabalidad sentada en el sacrificio de una orden que no podía ser desobedecida. Te llenabas la cabeza con buscar la fórmula y así, unir las caras fragmentadas de Osiris. Un ritual, hecha por una maga fenicia, que veía en el sacrificio animal el mejor contacto con lo divino, aunque su aspecto fuera por demás grotesco.
Debo confesarte, Elsy, que me perturbé al ver esa imagen en el texto. No podía concebir a la maga tomar al halcón en sus manos, verlo a los ojos e inventarle un sueño para que no sintiera la pesadez del ritual. Luego, en el dolor de los presentes, ahogarlo en el río simulado de Osiris, entronizar las alas en movimiento y dejarlo pasar, con su vuelo, al sueño que buscará cada una de sus partes; con el único propósito de encontrarse en el final del río y salir de su cuerpo, al nuevo.
Quisiera guardar silencio, pero sé el valor que tiene una palabra no dicha, una pausa momentánea en la estructura de la música y el poema. No creí que fuera el principio de tu Antínoo, ser. Eso para ti, no fue cuestión de perspectivas.
Compartías conmigo ese ritual de Eleusis y Adriano. Lo imaginé iniciado, caminando lentamente en el sendero lleno de velas y de listones blancos y rojos, a la entrada del templo. El Hierofante y la Madre Nodriza esperando, con el rotar de la palabra en Yourcenar, una plasticidad, un eterno devaneo en la caída obligatoria de los tres viajes. Frente a la puerta, los golpes al templo, una entrada mortuoria llevada hacia el sumergir del cuerpo, salir de la isla helénica para nacer en otros mares, en otros ríos. Orfeo cantando desolado, la mirada fija en la llanura y el pleno saber que cada uno de nosotros entroniza su búsqueda, culmina la presencia mítica en el sentimiento avasallado por el deseo. Ese caminar, Elsy, sí, debió ser lento, esa música de la imposibilidad del sueño en primavera, del sombrío sueño de invierno.
Ahora entiendo a Yourcenar –que escribe– la esperanza de armonizar a los humanos, sin distinción, sin particularidad. Todo accionar arquetípico del hombre y la voluptuosidad a la palabra y al pasado, al amor y a la muerte. El encuentro con el pasado, que logra invocar la imagen completa con nuestro presente como agua. Creer que el tiempo es la mejor forma de orar, vivir en la sensibilidad del viento, caminar alrededor de un ara natural para las evocaciones. No lo sabía, constituye el ritual de orar las cosas, el panteísmo secreto que ahora guardan mis palabras. Amé la forma en que tu viento movía las hojas, el sonido, la tibieza ofrecida por la sombra y su vista, en dirección al mar, tan alta y majestuosa.

Repetiste ese último viaje-
/Yo como Orfeo, / You can never hold back spring / Mínima alma mía, / que no ví la mordida de esa víbora. / You can be sure I will never / tierna / Las velas estaban en línea, / Stop believing / y flotante, / los listones se apegaban sobre el malecón hacia el mar, / The blushing rose that will climb / huésped / el eterno río. / Spring ahead or fall behind / y compañera de mi cuerpo, / Levantaste las manos y seguiste, / Winter dreams the same dream every time / descenderás a esos parajes / con el aire simulando el vuelo. / Baby, you can never hold back spring / pálidos, / Elsi - Eurídice - Lucio - Antínoo / And even though you've lost your way / rígidos / halcón que trata de quedarse quieto ante el sonido del río. / The world is dreaming, dreaming of spring / y desnudos, / Te marchitaste y me veo como Adriano / So close your eyes / donde habrás de renunciar a los juegos de antaño. / divagando la prohibición del suicidio, del propio y del lenguaje. / Open your heart / Todavía un instante / Mientras, te duermes, / To the one who's dreaming of you / miremos juntos / para no tener que sentir la pesadez del ritual. / And you can never hold back spring / las riberas familiares, / Y he volteado a verte, / Remember everything that spring / los objetos que sin duda / creer con todas mis fuerzas las palabras religiosas de tu búsqueda, / Can bring / no volveremos a ver… / la comunión cíclica de nuestro tiempo, / Oh baby you can never hold back spring / Tratemos de entrar en la muerte / el tributo dejado bajo la boca del designio, / Baby you can never hold back spring / con los ojos abiertos… / en el altar sobre las olas, /
-de noche.


S. L.